martes, 10 de julio de 2012

JESUS: Su vida en 5 etapas


J E S Ú S   E N   S U   T I E M P O



Vida de Jesús: Folleto ‘Palabra y Vida’, Brasil.

CONTENIDO: La vida de Jesús en 5 etapas

A. La Encarnación de Jesús

  1. Nadie elige su lugar de nacimiento
  2. Dios quiso para Jesús un lugar particular de nacimiento
  3. La vida de Jesús fue de luchas y conflicto
  4. Las lecciones de la encarnación de Jesús

B. La inserción de Jesús en la realidad de su tiempo

  1. Una situación de doble esclavitud: La de la Ley y la de los Romanos
  2. El Movimiento Popular
  3. Las grandes tensiones en los años de Jesús
  4. Reaparecen los Profetas, del 27 al 69 dC

C. La práctica de Jesús

  1. Jesús convivió con los marginados y los acogió
  2. Jesús recibió a la mujer y no la discriminó
  3. Jesús combatió las divisiones injustas
  4. Jesús combatió los males que arruinan la vida
  5. Jesús combatió los males que arruinan la vida
  6. Jesús desenmascaró la falsedad de los poderosos

D. El seguimiento de Jesús

  1. Las condiciones del seguimiento de Jesús: dejarlo todo por la causa del reino
  2. Las características del seguimiento de Jesús: la comunidad como ensayo del reino
  3. El objetivo del seguimiento de Jesús era la misión de anunciar la buena nueva a los pobres

E. Crisis y victoria de Jesús

  1. Al comienzo, la tentación de elegir otros caminos
  2. La crisis de Galilea: renovar el compromiso de los discípulos
  3. La agonía en el huerto: la última tentación
  4. Fiel al Padre y a los pobres, desde el comienzo hasta el fin

Conclusión: La resurrección de Jesús: nueva luz, nueva fuerza.

  1. La pascua de los apóstoles
  2. Reconocer al Resucitado vivo en medio de nosotros (Dar testimonio y Celebrar)

                Vamos a meditar la vida de Jesús, repartiéndola en cinco partes: su encarnación, su inserción en el “movimiento popular” de la época, su práctica, sus exigencias y su pasión y muerte. En la conclusión veremos la respuesta de Dios, o sea, la resurrección.

A. LA ENCARNACIÓN DE JESÚS

                Mensaje: Jesús asumió la condición humana con sus limitaciones y posibilidades. “Igual a nosotros en todo menos en el pecado” (Hebreos 4,15).

  1. Nadie elige su lugar de nacimiento

        Cada uno de nosotros, por el simple hecho de llegar al mundo, nacemos condicionados de muchas maneras y esto va a afecta toda nuestra vida del principio al fin. Estos condicionamientos que nadie escoge, provienen de los factores siguientes:

-          El lugar donde se nace: país, región, ciudad, pueblo, barrio.

-          El tiempo en que se nace: época, siglo, guerra, paz, cambios.

-          La raza: blanco, negro, amarillo, moreno, mestizo.

-          La cultura que se recibe: lengua, acento, mentalidad, historia.

-          La familia que nos recibe: padres, hermanos, parientes, vecinos.

-          E sexo: mujer u hombre.

-          El carácter: tímido, extrovertido, introvertido.

-          El físico: bonito, feo, fuerte, pequeño, flaco, minusválido.

-          La clase social: pobre, rica, media.

-          La religión: católica, evangélica, cristiano, ateo.

        Estos condicionamientos son anteriores a nosotros mismos. Van a ser el punto de partida para cualquier cosa que haremos en la vida. Son la encarnación, la inserción básica, por donde cada uno de nosotros entra en la convivencia humana. No son iguales para todos. Para unos pesan mucho; para otros, poco. Para unos son verdaderas limitaciones: los pobres, los enfermos, los minusválidos, los ciegos,…

  1. Dios quiso para Jesús un lugar particular de nacimiento

        Jesús asumió todos los condicionamientos humanos. Pero Dios quiso que los asumiera con una opción particular, es decir, en medio de los pobres donde pesan más. ‘Siendo de condición divina, se despojó a sí mismo y asumió la condición de siervo, uno en medio de muchos” (Filipenses 2,6-7). “Siendo rico, se hizo pobre’ (2 Corintios 8,9), ‘hijo de carpintero’ (Mateo 13,55). He aquí los principales condicionamientos que Jesús tuvo que aceptar:

a).   La Palestina: Nacido en Belén de Judá (Mateo 2,1), fue criado en Nazaret de Galilea (Lucas 4,16). Hablaba el arameo, con el acento de los de Galilea. La samaritana lo vio como judío (Juan 4,9), y los judíos de Judea como galileo (Mateo 26,69). Es decir, nacido en un lugar, criado en otro, residente en otro.

b).   En Galilea: Fue criado en el interior de la Palestina, en Nazaret, una zona rural donde la explotación de los poderosos era más pesada. No tuvo oportunidad de estudiar, tuvo que trabajar como campesino. No era doctor de la ley, no pertenecía a los grupos del poder religioso. Para conocer cómo fue la vida de Jesús durante 30 años, basta analizar la vida de cualquier nazareno de la época, ver cómo vivían de la mañana hasta la noche.

c).   La familia de Jesús era campesina: Jesús no nació siendo sacerdote o hijo de sacerdote, sino laico y pobre. Es posible que, en el tiempo de los Asmoneos (142 a 63 antes de Cristo), la familia de José haya tenido que emigrar de Belén de Judea (Lucas 2,4) para vivir y trabajar en Galilea. Como todos los judíos del interior, Jesús trabajaba como agricultor. Además, aprendió la profesión de su padre (Mateo 13,55) y servía al pueblo como carpintero (Marcos 6,3). Sabemos que, luego, sus parientes no lo entendían y hasta lo molestaban: una vez lo quisieron llevar a su casa pensando que estaba loco (Marcos 3,21); otras veces quieren que se manifieste al pueblo, allá en Jerusalén, en la capital (Juan 7,3-8).

d).   Bajo la ocupación de los Romanos: Jesús fue víctima de un sistema imperialista Desde el año 63 antes de que naciera, los Romanos habían invadido su país. Jesús nació fuera de su casa (Lucas 2,4-7), porque, en esos días, el emperador romano había mandado hacer un censo para el cobro de los impuestos (Lucas 2,1-3). Después de su nacimiento fue perseguido por la tiranía del rey Herodes (Mateo 2,13). Su infancia fue marcada por la violencia: los doce primeros años de la vida de Jesús fueron uno de los períodos más violentos de la historia de Palestina.

e).   Los 30 primeros años: De sus treinta y tres de vida, Jesús pasó treinta en el anonimato, en Nazaret, un pueblo sin importancia (Juan 1,46), donde vivió aprendiéndolo todo: en su casa, con la familia y en su comunidad, con el pueblo. Esa fue la escuela de Jesús. Viniendo a salvar a toda la humanidad, no salió de Palestina; viniendo a transformar la historia del planeta, vivió solamente treinta y tres años. La geografía y la cronología de la vida de Jesús son muy limitadas.

  1. La vida de Jesús fue de luchas y conflicto

        ‘Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero que a El no lo llevaron al pecado (Hebreos 4,15). ‘Cristo en los días de su vida mortal, ofreció su sacrificio con lágrimas y grandes clamores. Dirigió riesgos y súplicas a aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue escuchado por su sumisión. Aún siendo Hijo, aprendió en su pasión lo que es obedecer’ (Hebreos 5,7-8).En esta reflexión de la carta a los Hebreos, aparece la convicción de los primeros cristianos de que Jesús no se sometió pasivamente a los condicionamientos y limitaciones de la vida. Al contrario, sintió su flaqueza, fue probado, y resistió. Las limitaciones que para unos son una fatalidad y para otros motivos de protesta, para Jesús eran la tierra ofrecida para crecer en la vida y realizar su misión aquí en el mundo. Era el contexto en que ÉL procuraba leer lo que el Padre quería (Juan 5,19; 4,34). Las limitaciones que quitan la libertad de muchos, para Jesús eran la fuente de su libertad: ‘Nadie me quita la vida. La doy libremente’ (Juan 10,18). Para Jesús fue muy duro seguir por este camino. Tuvo que aprenderlo a través de mucho sufrimiento, discernimiento y oración. Sintió en carne propia la dureza a que está condenado el pueblo empobrecido: sufrió la tentación de seguir por otros caminos (Lucas 4,1-13). Pero consiguió seguir firme a la misión que había descubierta como propia (Mateo 16,22-23). Fue obediente a su Padre: estar al lado de los pobres hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2,8). Su vida se resume en esta frase: ‘Heme aquí para hacer tu voluntad’ (Hebreos 10,7).

  1. Las lecciones de la encarnación de Jesús

        La inserción de Jesús en Palestina no es una casualidad: Dios quiso que fuera así. Unos 2000 años antes, tampoco fue casualidad que Dios ayudara a un Pueblo de esclavos a liberarse. Con estos acontecimientos, Dios nos da una clara mensaje que no hay situaciones desesperadas. Si unos esclavos lograron liberarse, no hay situaciones que hagan imposible una vida mejor. Si Jesús aceptó vivir en un tiempo de muchas dificultades y contradicciones, también es posible para nosotros lograr tener una vida, digna, fraternal y solidaria, y alcanzar la felicidad. Como para el Pueblo de Moisés y para Jesús, no nos faltarán problemas y conflictos, pero podemos salir adelante: Jesús y el Pueblo de Dios salieron adelante en las peores crisis. Nos muestran un camino y nos abren paso a la esperanza.

B. LA INSERCIÓN DE JESÚS EN LA REALIDAD DE SU TIEMPO.

                Mensaje: Jesús se incorporó dentro del movimiento popular de su tiempo. ‘¡Este es verdaderamente el Profeta!’ (Juan 7,40).

  1. Una situación de doble esclavitud

a).   La esclavitud por la ley. Desde la vuelta del exilio en 538 antes de Jesús, los líderes del Pueblo, en particular los sacerdotes Nehemías (445) y Esdras (398) centraron su identidad en la ley y la raza se volvía (Esdras 7,25-26; 9,2; 10,3; Nehemías 9,2; 10,29-30). La ley tenía un sinnúmero de observancias muy estrictas. Por esto, gran parte del pueblo era imposibilitado de observar la ley y las muchas normas de la tradición (M 7,4-13; Mateo 23,23). De esta manera, quedó marginado como gente ‘ignorante y maldita’ (Juan 7,49; 9,34). De hecho, creaba una situación esclavitud, mantenida tanto por los doctores de la ley y por los funcionarios del templo, de la que sacaban provecho. Esto era lo que más atormentaba al pueblo en los quehaceres diarios y se sentía descontento. Esta lucha contra esa esclavitud religiosa fue lo que más marcó la práctica de Jesús.

b).   La esclavitud romana. Además de esta esclavitud de la ley judía, existía la dependencia al Imperio Romano. La ocupación de la Palestina por los Romanos comenzó en el año 63 antes de Jesús: los Pueblos dominados debían pagar a Roma fuertes impuestos. El tributo a Roma pesaba más sobre el pueblo sencillo. Por eso, la época en que Jesús nació era de hambre, pobreza y enfermedades, con mucho desempleo (Mateo 20,3-6) y endeudamiento (Mateo 6,12; 18,24-28). Había clases altas y ricos poderosos, como la de los saduceos y los sacerdotes, comprometidos con los romanos (Juan 11,47-48), a quienes no les importaba la pobreza de los pequeños (Lucas 15,16; 16,20-21; 22,25). Había también grupos de oposición a los romanos, como los fariseos y esenios, que se identificaban con las aspiraciones del pueblo (Hechos 5,36-37). Había muchos conflictos y tensiones sociales (Marcos 15,7; Mateo 24,23-24), seguidos de una represión sangrienta que mataba sin piedad (Lucas 13,1).

        La dureza de esta situación influía en la manera de vivir la fe. Por una parte, existía la religión oficial, ambigua (Lucas 20,46-47) y, a veces, opresora (Mateo 23,4.23-32), organizada en torno a las sinagogas de los pueblos y al templo de Jerusalén (Mateo 21,13). Y por otra, existía la piedad popular, igualmente ambigua, pero resistente, con sus devociones y prácticas propias (Mateo 21,8-9; Lucas 2,41; 21,2; Juan 6,14).

  1. El Movimiento Popular

        En una palabra, la doble esclavitud creó una situación confusa, sin alternativa de solución. Había conflictos en todos los niveles de la vida: en lo económico, social, político, ideológico, cultural y religioso. El pueblo estaba dividido, sin condiciones de reencontrar la unidad. Es por esta situación sin salida que el movimiento popular de la época estaba en un proceso de radicalización, en el sentido de que buscaba raíces y motivaciones más profundas. No queriendo ser la víctima perpetua de las represiones romanas y no encontrando resonancia ni respuesta en los líderes oficiales, el movimiento popular buscaba sus propios caminos. Poco a poco se iba transformando en un movimiento profético amplio que llamaba al Pueblo a regresar a su origen, es decir, a la Alianza con Dios mediante el proyecto social igualitario de Moisés. Jesús se incorporó en este proceso de radicalización del movimiento popular. Vamos a analizar ahora las varias etapas de este Movimiento Popular desde la llegada de los Romanos.

a).   Una rebelión popular sin rumbo, del 63 al 37 antes de Jesús. El comienzo de la conquista romana fue época de mucha anarquía por la inestabilidad política que generó. El pesado tributo reintroducido por roma y las continuas guerras internas del imperio romano, fueron desastrosos para el pueblo de Palestina. Del 57 al 37, o sea, en apenas 20 años, explotaron seis rebeliones. El historiador judío Flavio Josefo dice al respecto: ‘robar es la práctica común de este pueblo’. No tenían otro modo de subsistir: sin ciudad propia, sin tierras, vivían únicamente en grutas con sus animales. Así era el pueblo empobrecido de galilea, al que no le quedaba ya nada. Todo le había sido arrebatado. Sus continuas revueltas eran el fruto de la desesperación.

        En este periodo, el movimiento popular no tenía rumbo. El Pueblo seguía a cualquier caudillo que les prometía liberarlo del tributo injusto. Así sucedió con Alejandro y Aristóbulo, miembros de la familia real depuesta por Roma en el 63, que querían reconquistar el poder; o con Pitolau y Ezequías, líderes populares de origen campesino. Para reprimir las revueltas, los romanos contaban con la ayuda de Herodes, un extranjero que, antes de ser rey de toda la Palestina, fue comandante militar de Galilea (47-41 AC). Fue él quien enfrentó y mató a Ezequías, el famoso jefe de los revoltosos, que actuaba en Galilea.

b).   Represión y desarticulación del movimiento popular, del 37 al 4 AC. En el período en que Herodes fue nombrado rey hubo de relativa calma: la represión brutal de la policía de Herodes impedía cualquier manifestación popular. Era el periodo de la así llamada ‘Paz Romana’. Por la reorganización administrativa del imperio en vista de las futuras conquistas, la ‘Paz Romana’ trajo cierta estabilidad económica, pero para el imperio. Para los pueblos dominados no era paz, sino pacificación violenta. Poco antes de la muerte de Herodes, dos fariseos, Matías y Judas, ambos doctores de la ley, consiguieron hacer una protesta. Llevaron a sus alumnos a derribar el águila, símbolo del poder romano, que Herodes había colocado en la puerta del templo. Como era su costumbre, Herodes reaccionó con violencia: mandó a quemar vivos a los dos profesores y a cuarenta de sus alumnos.

        En cuanto a Jesús, él nació al final del gobierno de Herodes. De esta época que es la infancia de Jesús, Lucas escribió: ‘El niño crecía, se desarrollaba y estaba lleno de sabiduría’ (Lucas 2,40).

  1. Las grandes tensiones en los años de Jesús

a).   Revoluciones mesiánicas, del 4 AC al 6 dC. Después de Herodes, fue el período de gobierno de Arquelao, en Judea. Fueron diez años de mucha violencia. Por ejemplo, el día que llegó al gobierno, fiesta de Pascua, Arquelao masacró tres mil personas en la plaza del Templo. Los peregrinos que escaparon, dieron la alarma, y la revuelta explotó en todo el país. Pero ya no era una revuelta sin rumbo.

        Los líderes de este período apelaban a las antiguas promesas hechas a David y se presentaban como ‘Rey y Mesías’. Esto fue el caso de Judas en Galilea, de Simón en Perea, de Atronges en Judea. El pueblo los seguía en masa, señal de que el movimiento popular buscaba una motivación más profunda vinculada a la fe en Dios y con las tradiciones y promesas antiguas. La represión romana fue lenta, pero violenta. Séforis, capital de Galilea, fue arrasada y su población esclavizada. Jerusalén se rindió y escapó de la destrucción, pero dos mil revoltosos fueron presos y crucificados alrededor de la ciudad.

        En este mismo periodo, allá en Nazaret, el niño Jesús, saliendo de la infancia y entrando en la adolescencia, ‘crecía en sabiduría, estatura y gracia delante de Dios y de los hombres. (Lucas 2,52). Recordemos que Nazaret quedaba apenas a ocho kilómetros de Séforis, la capital de Galilea que fue destruida por los romanos en esa época.

b). Celo por la ley y tiempo de revisión, del 6 al 27 dC. En el año 6 después del nacimiento de Jesús, Roma asumió directamente el control de la Palestina. Después de Arquéalo, fue transformada en una provincia romana gobernada por procuradores romanos. El gobierno interno continuaba en las manos del Sumo Sacerdote, nombrado por Roma. La aristocracia de los saduceos, dueños de tierras y ligados al comercio internacional, apoyaba la política romana. Un censo, decretado para reorganizar la administración interna y garantizar el cobro del tributo. Esto provocó una fuerte reacción popular, inspirada en el celo por la Ley. Se recordaba que, en el pasado, este celo por la Ley ya había dado razón a Finjas (Números 25,11), al profeta Elías (1 Reyes 19,10; 18,40; Eclesiástico 48,2) y a Matatías (1 Macabeos 2,24-26). Ahora, este mismo celo, liderado por Sadoc y Judas de Gamla, hacía que el Pueblo, por no dar su nombre en el censo no pagara el tributo a los romanos. Este modo de pensar fue aceptado por mucha gente. Era una nueva forma de resistir, una especie de desobediencia civil. Esta época marcó otro paso más en este proceso de radicalización de la lucha del pueblo, después de la malograda revuelta popular y del mesianismo. Con todo, el celo por la ley profundizaba la visión. El peligro era que ‘los celosos’ tenían la tentación de reducir la observancia de la Ley a la oposición contra los romanos. Esto ocurrió más tarde, en el movimiento de los 'zelotes'.

        El cambio de régimen con ocasión de la deposición de Arquelao, trajo una calma relativa. Pero siempre continuaban revueltas esporádicas, como la de Barrabás (Mc 15,7) y la de los galileos (Lucas 13,1), con la inmediata represión romana. El celo ardía como un fuego oculto en las cenizas, sin posibilidad de salida. Se sentía el peligro de que Roma acabara con el templo y toda la nación (Juan 11,48), como de hecho sucedió en el año 70 dC (Lucas 13,34-35; 19,41-44). La calma era solo una tregua, una ocasión ofrecida por la historia, o sea por Dios, para hacer una revisión del camino y de la lucha del pueblo (Lucas 13,3.5).

        En este período, el joven Jesús, llegando a la edad de doce años, comenzaba a participar plenamente de la vida de la comunidad. Vivía en el campo de Nazaret y trabajaba de sus manos, y ayuda a la gente de su región prestando servicios como carpintero. Y esto durante casi veinte años, desde los 12 hasta los 30 años de edad.

  1. Reaparecen los Profetas, del 27 al 69 dC

a).   Un sinnúmero de Profetas. Mientras Jesús hacía de carpintero, la revisión de la marcha del Movimiento Popular apareció en la prédica de unos profetas. El primero fue Juan Bautista (Mateo 11,9; 14,5; Lucas 1,76). A su alrededor creció un enorme movimiento (Mateo 3,5-7). Poco después vino Jesús (Mateo 16,14; 21,11.46; Lucas 7,16). Simultáneamente continuaban ardiendo, la revuelta, el mesianismo y el celo. Por eso, en el tiempo de Jesús, había tantas tendencias y divisiones en medio del pueblo. Después, llegaron otros profetas:

-          En el 36, un samaritano anónimo convocaba al pueblo al monte Garizim y prometía revelar dónde Moisés había escondido los utensilios del Templo.

-          En el 45, un cierto Teudas, convocaba al pueblo junto al Jordán, prometiendo dividir las aguas para abrir un paso.

-                         En el 56, un judío anónimo venido de Egipto, llamado simplemente egipcio, reunía treinta mil en el desierto y prometía hacer caer los muros de Jerusalén.

-          En el 60, otro anónimo prometía “liberación de las miserias” a los que le seguían al desierto. Como siempre, la historia oficial narrada por Flavio Josefo, no guardó los nombres de los profetas populares. La mayoría de ellos son anónimos.

b).   ¿Que pretendían estos profetas, y qué significaban para el pueblo? Representaban un paso más en el proceso de radicalización del movimiento popular. Hacían una nueva lectura de los hechos. Querían rehacer la historia. Convocaban al pueblo para el nuevo éxodo, anunciado por Isaías (Isaías 43,16-21); llamaban al pueblo al desierto (Oseas 2,16; 12,10). Como sucedió al final de la travesía del desierto, prometían separar las aguas del Jordán y abrir un pasaje (Josué 3,16-16; 2 Re 2,8.14). Como por la caída de las murallas de Jericó al terminar los 40 años del desierto (Josué 6,20), ellos anunciaban la caída de las murallas de Jerusalén (Lucas 19,44; Mateo 24,2). Al igual que los profetas antiguos, ellos anunciaban el comienzo de un nuevo Año Jubilar (Lucas 4,19), o sea, la liberación de los pobres (Lucas 4,18), y pedían un cambio en el modo de vivir (Marcos 1,15; Mateo 3,2). Como en el tiempo de Moisés, quieren revivir la Alianza y el proyecto igualitario de Moisés.

c).   Actitud de las autoridades, tanto judías como romanas. Tanto los romanos con los sacerdotes y saduceos, como los escribas y fariseos, todos ellos vivían ajenos al movimiento popular, únicamente preocupados con la observancia de la ley de acuerdo con la tradición de los antiguos (Mc 7,3-4.13). A pesar de estar contra los romanos, no querían un conflicto abierto con ellos. Nunca tomaron en serio al movimiento popular alrededor de Juan Bautista y de Jesús (Lucas 7,29-30.33-35; Mateo 21,32; Juan 7,48). No percibían la gravedad del momento ni la necesidad de un cambio radical en el rumbo del país. Por eso, sin darse cuenta, conducían al pueblo hacia el desastre (Lucas 13,1-5; 19,41-44). Cerrados en sus propias opciones (Lucas 7,35) se volvieron incapaces de reconocer la llegada del Reino en medio de los pobres (Mateo 11,25).

        Los sumos sacerdotes, los ancianos y los saduceos habían aplaudido el cambio de régimen que siguió con la deposición de Arquelao. La política romana favorecía los intereses de esta élite y encontraba en ella un apoyo al control y a la represión al Pueblo (Juan 11,45-49). Se decían ‘los bienhechores’ del Pueblo, pero en la realidad eran sus explotadores (Juan 22,25).

        Todos esos líderes, preocupados tan solo por la seguridad del templo y la calma de la nación (Juan 11,48) o por la observancia estricta de la Ley (Mateo 23,1-23), nada sabían de lo que ocurría en el corazón del Pueblo. No percibían la diferencia existente entre los profetas y otros líderes populares. Por ejemplo más tarde, el capitán romano que apresó a Pablo, creía que era el “egipcio”, ese profeta era líder de sicarios y bandidos (Hechos 21,38). Pilato pensaba que Jesús era un revoltoso igual que Barrabás (Marcos 15,7) y lo confundió con los anteriores reyes mesiánicos (Marcos 15.9), que eran unos ‘ladrones e impostores’.

d). La espera del Reino de Dios. Jesús vivió desde dentro toda esta realidad. Realmente, el pueblo era como un rebaño sin pastor (Mateo 9,36). Sus líderes no entraban por la puerta, sino por otros caminos (Juan 10,1). Se encontraban sin líderes para orientarlos, sin rumbo y sin horizonte, en aquella situación confusa y conflictiva de tantos movimientos, tendencias y liderazgos, y cansado de tanta opresión y explotación (Mateo 11,28). El pueblo vivía a la espera de algo nuevo, algo como la llegada del Reino. Fue en este contexto bien preciso que Jesús recibió y asumió su misión de Profeta. Él sentía dolor de su Pueblo (Marcos 6,34; 8,2) y quiso congregarlo en torno al Reino de Dios (Lucas 13,34). Situándose dentro del proceso amplio del movimiento popular, lo ayudó a dar un paso más, el paso que faltaba. Trajo la luz de Dios para aquel momento crítico de la historia de su Pueblo. Atento a los signos de los tiempos (Mateo 16,1-3), descubrió el llamado de Dios y reveló la presencia del Reino (Mateo 4,17). Jesús dirigió su mensaje al Pueblo de su tiempo. Por eso su mensaje del Reino es tan universal, válido para todos los tiempos, y especialmente para hoy.

C. LA PRÁCTICA DE JESÚS

                Mensaje: Jesús anunció y desveló la llegada del reino de dios. ‘díganle a Juan lo que están viendo y oyendo’ (Mateo 11,4).

                Juan Bautista predicaba el Reino de Dios en el desierto y, en un primer momento, Jesús se adhirió a su mensaje. De Juan. Cuando se iba a comprometer con él, mediante el bautismo, Jesús escuchó la voz del Padre indicándole una misión particular: ‘Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco’ (Marcos 1,10). Esta misión era la del ‘Siervo de Yahvé’: ‘Te he llamado para cumplir mi justicia… Tu eres mi servidor por ti me daré a conocer’ (Isaías 42,1-9; 49,3). Luego, cuando Jesús supo que Juan Bautista estaba preso, volvió a Galilea (Mateo 4,12) y asumió su misión. Comenzó a recorrer el país con este mensaje: ‘El plazo está vencido, el Reino de Dios se ha acercado. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva’ (Marcos 1,15).

                En aquel tiempo, todos los Judíos esperaban el Reino de Dios, pero cada uno a su modo.

-          Para los fariseos, el Reino llegaría solamente cuando la observancia de la Ley fuese perfecta.

-          Para los esenios, cuando el país fuese purificado.

                Todos esperaban la llegada de un Mesías glorioso, y para todos la llegada del Reino dependía del esfuerzo que ellos mismos tendrían que hacer: la observancia de la Ley, la purificación de la tierra, o la lucha.

                Jesús decía lo contrario: Independientemente del esfuerzo hecho, ¡el Reino ya estaba llegando! ‘El Reino de Dios ya está en medio de ustedes’ (Lucas 17,21).Su llegada era pura gratuidad, don de Dios. El esfuerzo a realizar consistía en aceptar este Reino y comprometerse con él: ‘Cambien su vida y crean en esta Buena Noticia’ (Marcos 1,15).

                ¿Qué análisis hacía Jesús de la realidad para llegar a esta conclusión? ¿Dónde estaba ese Reino? Los fariseos querían que les mostrara una señal. Pero Jesús no dio señal ni prueba (Mateo 12,38-40). Tan solo pedía: ‘Cambien su vida y crean en esta Buena Noticia (Marcos 1,15). Jesús leía los hechos con ojos diferentes (Mateo 16,2-3; Juan 4,35). Y la persona que cambiase su vida por causa de él y de su práctica, también cambiaría su modo de ver y se volvería capaz de percibir la llegada del Reino (Mateo 11,25; 13,11).

                El mismo Juan Bautista tuvo necesidad de cambiar su mirada (Mateo 11,2-3). Jesús lo ayudó. Con frases extraídas del mismo Isaías le mandó el siguiente recado: ‘Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y escuchando: los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados’ (Mateo 11,4-5; Isaías 26,19; 29,18-19; 35,5-6). Los hechos mostraban que Jesús era el ‘Siervo de Yahvé’, anunciado por Isaías (Lucas 4,18-19; Isaías 61,1). Juan debía comprender que el Reino estaba llegando no a través de un juicio de fuego, sino por medio del servicio que Jesús prestaba al pueblo (Lucas 11,20; Mateo 20,28). Vamos a ver algunos aspectos de esta práctica de Jesús, en que el Reino se hacía presente y que era motivo de escándalo para muchos (Mateo 11,6). ¡Hasta hoy! He aquí unas señales de la presencia del Reino mediante la práctica propia de Jesús.

  1. Jesús convivió con los marginados y los acogió

        Jesús ofreció un lugar a los que no tienen lugar en la convivencia humana de su país. Recibió a los que no eran recibidos:

-          Los inmorales como prostitutas y pecadores (Mateo 21,31-32; Lucas 7,37-50; Juan 8,2-11);

-          Los herejes como paganos y samaritanos (Lucas 7,2-10; 17,16; Mc 7,24-30; Juan 4,7-42);

-          Los impuros como leprosos y poseídos (Mateo 8,2-4; Lucas 17,12-14; 11,14-22; Mc 1,25-26.41-44);

-          Los marginados como mujeres, niños, enfermos de todo tipo (Mc 1,32-34; Mateo 8,17; 19,13-15; Lucas 8,1-3);

-          Los colaboradores del imperio como publicanos y soldados (Lucas 18,9-14; 19,1-10);

-          Los pobres, o sea, la gente del pueblo y quienes no tenían poder (Mateo 5,3; Lucas 6,20.24; Mateo 11,25-26).

        ¡Jesús anunciaba el Reino para todos! No excluía a nadie, pero, su particularidad era de anunciarlo a partir de los excluidos. La opción de Jesús es clara, el llamado también: no era posible ser amigo de él y continuar apoyando el sistema que marginaba a tanta gente. A quien quería seguirlo le mandaba elegir: ‘O Dios o el dinero’. No se podía servir a los dos (Mateo 6,24). ‘Ve, vende cuanto tienes dalo a los pobres. Después, ven y sígueme’, dijo al joven rico (Mateo 19,21).

  1. Jesús recibió a la mujer y no la discriminó

        La mujer vivía marginada por el simple hecho de ser mujer (Levítico 15,19-27; 12,1-5). ¡No podía haber injusticia mayor! Jesús tomó posición: las recibió y no las discriminó como lo hacía la sociedad de su época.

-          Curó a la suegra de Pedro (Mc 1,29-31);

-          Una extranjera de Tiro y Sidón consiguió hacerlo cambiar de idea y fue atendida por él (Mc 7,24-38);

-          Resucitado, se apareció a María Magdalena, enviándola como mensajera de la Buena Nueva de la Resurrección (Juan 20,16-18).

        Jesús retomaba el proyecto inicial del Padre en que la mujer y el varón, con sus diferencias, son iguales en dignidad y valor (Mateo 19,4-5). Al discípulo que pretendía seguirlo, no le permitió que mantuviera el dominio del varón sobre la mujer (Mateo 19,10-12).



  1. Jesús combatió las divisiones injustas

        Había divisiones, legitimadas por la religión oficial, que marginaban mucha gente. Jesús, con palabras y hechos bien concretos, denunció o ignoró estas divisiones.

-          Prójimo y no prójimo. Hay que obrar como el samaritano: prójimo es todo aquel a quien uno se aproxima (Lucas 10,29-37).

-          Judío y extranjero: Jesús atendió el pedido del centurión (Lucas 7,6-10) y de la cananea (Mateo 15,21-28).

-          Santo y pecador: acogió a Zaqueo y rebatió las críticas de los fariseos (Marcos 2,15-17).

-          Puro e impuro: Jesús cuestionó, criticó y hasta ridiculizó la ley de la pureza legal (Mateo 23,23-24; Marcos 7,13-23).

-          Obras santas y profanas: limosna (Mateo 6,1-4), oración (Mateo 6,5-8) y ayuno (Mateo 6,16-18) fueron redimensionados.

-          Tiempo sagrado y profano: Jesús colocó el sábado al servicio del ser humano (Mc 2,27; Juan 7,23).

-          Lugar sagrado y profano: Jesús relativizó el Templo; Dios podía ser adorado en cualquier lugar (Juan 4,21-24; 2,19; Marcos 13,2; Juan 2,19).

-          Rico y pobre: denunció el escándalo del abismo que separaba al rico del pobre (Lucas 16,19-31).

        Denunciando las divisiones injustas, Jesús invitaba la gente a definirse frente a los nuevos valores del amor y de la justicia. Algunos lo aceptaron, otros lo rechazaron. Él era señal de contradicción (Lucas 2,34): creaba nuevas divisiones (Mateo 10,34-36). A quienes querían seguirlo, les advertía que se prepararan, que iban a sufrir la misma contradicción (Mateo 10,25).

  1. Jesús combatió los males que arruinan la vida

        A través de su acción y su predicación, Jesús combatió el hambre (Mc 6,35-44), la enfermedad (Marcos 1,32-34), la tristeza (Lucas 7,13), la ignorancia (Marcos 1,22; 6,2), el abandono (Mateo 9,36), la soledad (Mateo 11,28; Mc 1,40-41), la letra que mata (Marcos 2,23-28; 3,4), la discriminación (Marcos 9,38-40; Juan 4,9-10), las leyes opresoras (Mateo 23,13-15; Mc 7,8-13), la injusticia (Mateo 5,20; Lucas 22,25-26), el miedo (Marcos 6,50; Mateo 28,10), los males de la naturaleza (Mateo 8,26), el sufrimiento (Mateo 8,17), el pecado (Marcos 2,5), la muerte (Mc 5,41-42; Lucas 7,11-17), el demonio (Marcos 1,25.34; Lucas 4,13).

        Jesús vino ‘para que todos tengan vida, y vida en abundancia’ (Juan 10,10). Luchó por recuperar la bendición de la vida (Génesis 1,27; 12,3), perdida por causa del pecado (Génesis 3,15-19). A quien quería seguirlo, le daba el poder de curar las enfermedades y de expulsar los malos espíritus (Marcos 3,15; 6,7). El discípulo debía asumir el mismo combate por la vida.

  1. Jesús desenmascaró la falsedad de los poderosos

        Entre los males combatidos por Jesús, están los falsos liderazgos. No tenía miedo de denunciar la hipocresía de los líderes religiosos de la época: sacerdotes, escribas y fariseos (Mateo 23,1-36; Lucas 11,37-52; 12,1; Marcos 11,15-18). Condenó la pretensión de los ricos y no creía mucho en su conversión (Lucas 16,31; 6,24; 12,13-21; Mateo 6,24; Marcos 10,25). Ante las amenazas de los representantes del poder político, tanto de los judíos como de los romanos, Jesús no se intimidó y mantuvo una actitud de gran libertad (Lucas 13,32; 23,9; Juan 19,11; 18,23).

Jesús percibió la mentalidad opresora de los líderes civiles (Lucas 22,25) y religiosos (Mateo 23,2-4). A quienes querían seguirle, les advierte: ‘¡Entre ustedes no sean así!’, como con las autoridades de aquel entonces (Lucas 22,26). Y pedía que recen al Padre para que mande obreros para su misión, es decir, que ayudaran al pueblo a tener buenos líderes (Mateo 9,38).

        Con esta predicación en favor de la vida y contra todo lo que la destruye, la corrompe y la arruina, Jesús se presentaba al pueblo, andaba por Galilea y anunciaba la Buena Noticia del Reino. Más, en estos gestos de solidaridad él se revelaba como ‘Emmanuel’, o sea, Dios con nosotros (Mateo 1,23), y se convirtió, él mismo, en Buena Noticia para el Pueblo. Por eso atraía a los pobres y marginados. Fue todo un movimiento popular que se formó alrededor de su persona y mensaje (Marcos 1,33.45). Mucha gente seguía a Jesús y Jesús revelaba que ahí estaba el Reino de Dios. El Reino de Dios no es de otro mundo, sino de este mundo organizado desde los pobres en la justicia y el amor.

D. EL SEGUIMIENTO DE JESÚS.

                Mensaje: El Reino se encarna en una nueva forma de convivencia humana. ‘Ustedes deben hacer lo mismo que yo hice’ (Juan 13,15).

                Para entender bien el sentido del seguimiento de Jesús, tenemos que profundizar tres aspectos: Las condiciones, las características y el objetivo, que es la misión.

  1. Las condiciones del seguimiento de Jesús: dejarlo todo por la causa del Reino

        Jesús pasaba, miraba y llamaba (Marcos 1,17-20). Los que eran llamados lo conocían por haber tenido alguna convivencia con Él (Juan 1,39; Lucas 5,1-11). Sabía cómo vivía y en qué pensaba. El llamado de Jesús era particular: consistía en un largo proceso de repetidos llamados y respuestas, hecho de avances y retrocesos. Comenzaba un día, por ejemplo, a la orilla del lago (Marcos 1,17) y terminaba solamente después de la resurrección (Mateo 28,18-20; Juan 20,21), igualmente a la orilla del lago (Juan 21,22). En la práctica, el llamado coincidía con la convivencia “desde el bautismo de Juan hasta el momento en que Jesús fue llevado al cielo” (Hechos 1,21-22).

        Algunas veces era Jesús quien tomaba la iniciativa y llama. Otras era Juan Bautista el que señalaba (Juan 1,35-39) o eran los discípulos quienes llamaban a sus parientes y amigos (Juan 1,40-42.45-46). Otras veces, todavía el mismo interesado se presentaba y pedía para seguirlo (Lucas 9,57-62). El llamado era gratuito. Pero aceptar el llamado exigía un compromiso. Jesús nunca disminuyó ni escondió las exigencias. Quien quería seguirlo, debía cambiar de vida y creer en la Buena Nueva (Marcos 1,15); dejar su casa, familia y bienes y asumir con El una vida pobre e itinerante; renunciar a sí mismo, cargar su cruz todos los días (Mateo 10,37-39; 19,27-29; 8,18-22; Lucas 14,25-27). Quien no estuviera dispuesto a hacer todo esto ‘no puede ser mi discípulo’ (Lucas 14,33). La condición era el abandono de todo y la itinerancia por amor a Jesús (Lucas 9,24) y al Evangelio (Marcos 8,35). El acento no estaba en la renuncia, sino en el amor que daba sentido a la renuncia.

        El llamado de Jesús era como un nuevo comienzo. Era el momento de entrar en una nueva familia, una nueva comunidad (Mc 3,31-35), y de recomenzar la historia: ¡Comenzarlo todo de nuevo! como en el tiempo de las doce tribus: ‘Ustedes juzgarán a las doce tribus’ (Mateo 19,28), es decir: ‘Ustedes serán los coordinadores del nuevo pueblo de Dios”. Quien aceptaba el llamado, debía dejar ‘que los muertos entierren a sus muertos’ (Lucas 9,60), debía seguir adelante y no mirar para atrás (Lucas 9,62). El llamado era ‘el tesoro escondido’ (Mateo 13,44), ‘la piedra preciosa’ (Mateo 13,45-46), en definitiva el valor supremo. ¡Era el Reino llegando!

        La mayor parte de los que ‘seguían” a Jesús eran gente sencilla del pueblo, sin mucha instrucción (Hechos 4,13): pescadores (Marcos 1,16.19), unidos al movimiento popular (Marcos 3,18), tal vez algunos de las revueltas y del mesianismo (Mateo 26,52; Lucas 9,54; 22,49-51), un publicano (Marcos 2,14). Entre ellos había hombres y mujeres (Lucas 8,2-3; Marcos 15,40-41). Había también algunos más ricos: Juana (Lucas 8,3), Nicodemo (Juan 3,1-2), José de Arimatea (Juan 19,38) y otros. Estos sentirían en su carne lo que quiere decir romper con el sistema y adherirse a Jesús. Nicodemo, al defender a Jesús en el tribunal, fue criticado (Juan 7,50-52). José de Arimatea, al pedir el cuerpo de Jesús, corrió el riesgo de ser acusado como enemigo de los romanos y de los judíos (Mateo 27,57-60). Zaqueo devolvió cuatro veces lo que había robado y dio la mitad de sus bienes a los pobres (Lucas 19,8). Todos ellos, tanto los pobres como los ricos, podían decir con Pedro: ‘Nosotros lo dejamos todo para seguirte’ (Mateo 19,27).

  1. Las características del seguimiento de Jesús: la comunidad como ensayo del Reino

        Cierto día, después de una noche entera en oración (Lucas 6,12), ‘Jesús subió al monte y llamó junto a él a los que quería llamar, y fueron con él. Entonces Jesús constituyó el grupo de los Doce, para que quedaran con él y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar los demonios’ (Marcos 3,13-15).

a).   El compromiso del seguimiento. El mismo llamado tenía dos fines: quedarse junto a Él, o sea, constituir una comunidad y ‘predicar y expulsar los demonios, o sea, la misión. De esta manera, ‘quedarse con Él’ o seguir a Jesús significaba sobre todo:

-          Seguir el ejemplo del Maestro: Jesús era el modelo a ser recreado en la vida del discípulo o de la discípula (Juan 13,13-15). La convivencia diaria permitía un examen constante. En la ‘escuela de Jesús’ solo se enseña una materia: ¡el Reino! Y este Reino se reconocía en la práctica de Jesús.

-          Participar del destino del Maestro: Quien ‘seguía’ a Jesús, debía comprometerse con él y estar con él en las tentaciones (Lucas 22,28), inclusive en la persecución (Juan 15,20; Mateo 10,24-25) y en la muerte (Juan 11,16).

-          Después de la Pascua, a la luz de la resurrección, creció una tercera dimensión: Tener la vida de Jesús dentro de sí, identificarse con Él (Filemón 3,10-11). Es la dimensión mística, fruto de la acción del Espíritu. ‘Vivo pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí’ (Gálatas 2,20).

        Dentro de la comunidad más amplia, se formó un núcleo de ‘doce’ que corresponde a las doce tribus del Antiguo Testamento y simbolizaba al nuevo Pueblo de Dios (Mateo 19,28). Y aún dentro del grupo aparecieron grupos menores. Por ejemplo, varias veces, Jesús llamó a Pedro, Santiago y Juan, para rezar con Él (Mateo 26,37-38; Lucas 9,28).

b).   La pedagogía del seguimiento. A lo largo de aquellos pocos años de caminar, Jesús acompañaba y formaba a los discípulos y discípulas. Convivía con ellos, comía con ellos, andaba con ellos, se alegra con ellos, sufría con ellos. A través de esta convivencia, el llamado se profundizaba y el proceso de conversión avanzaba. Veamos algunos puntos de la pedagogía usada por Jesús:

-          Mandaba observar la realidad (Mc 8,27-29; Juan 4,35; Mateo 16,1-3), confrontándola con las necesidades del Pueblo (Juan 6,5) y reflexionaba con ellos las grandes cuestiones del momento (Lucas 13,1-5).

-          Los incorporó a la misión (Mc 6,7; Lucas 9,1-2; 10,1) y al volver, hacía una revisión con ellos (Lucas 10,17-20).

-          Los corregía cuando se equivocaban (Lucas 9,46-48; Mc 10,14-15), los ayudaba a discernir (Marcos 9,28-29) y los interpelaba cuando eran lentos (Mc 4,13; 8,14-21).

-          Los defendía cuando eran criticados por los adversarios (Marcos 2,19; 7,5-13), los preparaba para el conflicto (Juan 16,33; Mateo 10,17-25).

-          Procuraba tener momentos a solas con ellos para poder instruirlos (Marcos 9,30-31; 4,34; 7,17; Mateo 11,1; 24,3). Les enseñaba a rezar (Lucas 11,1-13; Mateo 6,5-15).

-          Cuidaba del descanso de ellos (Mc 6,31) y pensaba en la alimentación (Juan 21,9).

-          La convivencia con Jesús hizo nacer en ellos la libertad para transgredir las normas caducas: tomaban espigas cuando tenían hambre (Mateo 12,1); no se lavaban las manos antes de comer (Mc 7,5); entraban en las casas de los ‘pecadores’ (Marcos 2,15-17); no ayunaban (Marcos 2,18). Aprendieron de Jesús que las necesidades del pueblo y de la misión eran anteriores a las prescripciones rituales (Mc 2,27; Mateo 12,7.12).

c).   La comunidad-modelo del Reino. En esta vida comunitaria junto a Jesús, aparecía el ensayo del Reino que los profetas quisieron ver y no vieron (Lucas 10,23-24). En ella se concretaba la nueva experiencia que Jesús tenía de Dios como Padre, como Abbá: ‘Papito Dios’. Toda nueva experiencia de Dios traía consigo cambios profundos en el modo de convivir. Veamos algunos:

-          Todos somos hermanos. Ninguno debía aceptar el título de maestro, ni de padre, ni de guía, porque ‘uno solo es el maestro de ustedes y todos ustedes son hermanos’ (Mateo 23,8-10). La base de la comunidad no era el saber, ni la función, sino la igualdad de todos como hermanos. La primera ley era la fraternidad.

-          Igualdad entre varón y mujer. Para escándalo de los propios discípulos, Jesús cambió la relación varón-mujer, porque eliminó el privilegio del varón frente a la mujer (Mateo 19,7-12).

-          El compartir de bienes. Ninguno tenía nada propio (Mateo 19,27). Jesús no tenía donde reclinar su cabeza (Mateo 8,20). Hacían caja común que era compartida también con los pobres (Juan 13,29).

-          Una amistad profunda. ‘Ya no les diré servidores, sino amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre’ (Juan 15,15). La comunión debía incluir alma y corazón (Hechos 4,32), hasta el punto de no existir más secretos.

-          El poder es servicio. ‘Los reyes de las naciones se portan como dueños de ellas y se hacen llamar bienhechores. Entre ustedes no ha de ser así (Lucas 22,25-26). ‘El mayor será el servidor de todos’ (Mc 10,43). El mismo Jesús daba el ejemplo (Juan 13,13-15). ‘No vine para ser servido, sino para servir y dar la vida’ (Mateo 20,28).

-          Poder para perdonar. Este poder fue dado a Pedro (Mateo 16,19), a los apóstoles (Juan 20,23) y a las comunidades (Mateo 18,18). El perdón de Dios pasa por la comunidad, que debe ser un lugar de reconciliación y no de condenación mutua.

-          Oración en común. Iban juntos en peregrinación al templo, rezaban antes de las comidas, frecuentaban las sinagogas. Y en grupos pequeños, Jesús se retiraba con ellos para rezar (Lucas 9,28; Mateo 26,36-37).

-          Alegría. Jesús decía a los discípulos: ‘¡Felices ustedes! Sus nombres están inscritos en el cielo’ (Lucas 10,20), sus ojos ven la realización de la promesa (Lucas 10,23-24), el Reino es de ustedes’ (Lucas 6,20). Era una alegría que convivía con el dolor y la persecución (Mateo 5,11). Nadie podía robarla (Juan 16,20-22).

        Esta era la comunidad-modelo para todas las comunidades que vinieran después. Hacía palpar a Dios más cerca y transformaba las relaciones humanas y sociales, pues el modo de ser de Dios es comunión. Esta comunidad era el rostro de Dios, manifestado en Buena Nueva para el Pueblo. Era la plataforma de donde se partía para la misión del Reino.

  1. El objetivo del seguimiento de Jesús era la misión de anunciar la buena nueva a los pobres

a).   Un anuncio hecho realidad. La misión de Jesús era ‘anunciar la buena nueva a los pobres’ (Lucas 4,18). El llamado a los discípulos también era en vista de esta misma misión: ‘como el padre me envió a mí así los envío a ustedes’ (Juan 20,21). De dos en dos, debían anunciar la llegada del reino (mateo 10,7; Lucas 10,1.9; marcos 3,14). Este anuncio creaba una nueva realidad: se curaba a los enfermos (Lucas 9,2), se expulsaba a los demonios (marcos 3,15), se anunciaba la paz (Lucas 10,5; mateo 10,13), se rezaba por la continuidad de la misión (Lucas 10,2). Desde el primer momento del llamado, Jesús los comprometió en la misión (Lucas 9,1-2; 10,1). Pues el anuncio del reino formaba parte del proceso de formación. Era el objetivo y la razón de ser de la vida comunitaria alrededor de Jesús.

b).   La prioridad de los pobres. Existían otros movimientos que, como el de Jesús, buscaban una manera diferente de vivir: los Esenios, los fariseos, y más tarde, los zelotes. Muchos de ellos también formaban comunidades de discípulos y buscaban adeptos. Dentro de la comunidad de Jesús, con todo, había algo nuevo que la diferenciaba de los otros grupos y que daba consistencia al anuncio de la Buena Nueva: este anuncio de la Buena Nueva era dirigido prioritariamente a los pobres y marginados y, luego, a todos, pero desde ellos.

        Los fariseos y los escribas consideraban al pobre como ‘ignorante y maldito’ (Juan 7,49), lleno de pecado (Juan 9,34), lo que no le permitía entrar en el Reino (Mateo 23,13). Por lo contrario, Jesús afirmaba que ‘el Reino es de los pobres’ y los proclama felices (Lucas 6,20; Mateo 5,3). Reconocía la riqueza y el valor que poseen (Mateo 11,25-26; Lucas 21,1-4), y definía su propia misión como anuncio de la Buena Nueva a los ellos (Lucas 4,18).

c).   El ejemplo de Jesús pobre. Jesús vivió como pobre. No poseía nada para sí, ni siquiera una piedra para reclinar su cabeza (Lucas 9,58). Mandaba escoger entre Dios y el dinero (Mateo 6,24). Y cuando se trataba de administrar bienes, era necesario hacerlo con eficacia (Mateo 25,21.26; Lucas 19,22-23), al servicio de la vida (Lucas 16,9-13). Para Jesús, ser pobre no era sinónimo de vago y descuidado, sino de compartir e igualdad.

        La pobreza, que caracterizaba la vida de Jesús y de los discípulos, debía también caracterizar la misión. No se podía llevar consigo ni oro, ni plata, ni dos túnicas, ni bolso, ni sandalias (Mateo 10,9-10), se debía mantener uno en una vida pobre (Mateo 19,21), convivir con el pueblo en sus casas (Lucas 9,4) y vivir compartiendo (Lucas 10,7).

d).   El cuestionamiento de las estructuras sociales. Este testimonio diferente de pobreza era el paso que faltaba en el proceso de radicalización del movimiento popular. Por su modo de vivir y de convivir, Jesús denunciaba un sistema anticuado, que en nombre de Dios, excluía a los pobres, y anunciaba un nuevo comienzo que, en nombre de Dios, incluía a los excluidos. Tocaba la raíz del mal e inauguraba la Nueva Alianza con un nuevo Año Jubilar: ‘Proclamaba el año de gracia del Señor’ (Lucas 4,19).

        Cada vez que en el Antiguo Testamento se intentó renovar la Alianza, se comenzaba restableciendo el derecho de los pobres y de los excluidos. Así hicieron los profetas, así sucedió con Ruth, en el lamento de Job, en la parábola de Jonás. O sea, se intentaba realizar un nuevo Éxodo. Sin esto, ¡no se puede realizar ninguna Alianza!

        Jesús radicalizó la Ley (Mateo 5,17), es decir, la redujo a su ‘raíz’, que es la práctica del Amor a Dios y al prójimo (Mateo 22,37-40; 7,12). En las palabras y gestos de Jesús y de la comunidad de los discípulos, Dios se hacía cercano. En la predicación de los escribas y fariseos, Dios parecía inaccesible al pueblo marginado (Mateo 23,13). Jesús hizo realidad la Buena Nueva del Reino que el pueblo esperaba: la Alianza con Dios desde los pobres y la pobreza. Por eso ejerció una atracción tan fuerte sobre los pobres. Ellos percibieron la novedad del anuncio (Marcos 1,22.27; Mateo 11,25-26; Lucas 10,23-24) y lo aceptaron con entusiasmo: Este es ciertamente el profeta que ha de venir al mundo’ (Juan 6,14). Es en este mismo entusiasmo de los pobres que está también la fuente de las tentaciones y de la crisis de Jesús.

E. CRISIS Y VICTORIA DE JESÚS

                Mensaje: el camino de la gloria pasa por el sufrimiento y por la cruz. ‘el hijo de dios debía sufrir mucho’ (Marcos 8,31).

                Fue grande el entusiasmo que Jesús suscitó en el pueblo pobre y abandonado de la época (Marcos 1,39.45). Era como si el Reino estuviese llegando (Juan 6,15). Pero, en la medida en que crecía la popularidad, también crecía la oposición (Marcos 2,16.24; 3,6). Jesús entró en conflicto con los líderes de la sociedad: fariseos, escribas, sacerdotes, saduceos, herodianos, romanos. Al final, fue tomado preso, condenado a muerte como un rebelde cualquiera (Lucas 23,2-5). Humanamente hablando, lo que parecía el comienzo del Reino, resultó una más de las muchas frustraciones ya sufridas por el pueblo desde la llegada de los romanos.

                Debemos profundizar tres momentos que piden, además de un cuarto que engloba a los tres: en el comienzo, las tentaciones; en medio del camino, la crisis en Galilea; al final, la agonía y desde el comienzo hasta el fin, la fidelidad al Padre y a los pobres.

  1. Al comienzo, la tentación de elegir otros caminos

        La tentación de seguir por otros caminos acompañó a Jesús, desde el comienzo de su actividad hasta el fin. Se trataba de propuestas que no combinaban con la misión del ‘Siervo sufriente’, asumida por Él desde su bautismo. Tenían su origen en la variedad de la expectativa mesiánica de la época y en los intereses particulares de ciertas personas:

a).   La expectativa mesiánica. En la medida en que el anuncio del Reino se divulgaba, crecía en el pueblo la expectativa mesiánica y aumentaba la presión sobre Jesús para aceptar el papel de Mesías que el Pueblo esperaba. La presión venía de todos lados: de las tentaciones de los discípulos, de los pobres, del poder del mal.

-          El tentador propone 3 caminos: el del Mesías-nuevo Moisés, que alimenta al pueblo en el desierto, (Mateo 4,3; Juan 6,13-14); el del Mesías desconocido que de repente se manifiesta públicamente (Mateo 4,5-6; Juan 7,27); y el del Mesías nacionalista que conquista el dominio sobre el mundo entero (Mateo 4,9).

-          Pedro propone el camino del Mesías glorioso sin la cruz (Mateo 16,22).

-          El pueblo propone el camino del Mesías rey (Juan 6,15).

-          Juan Bautista espera un Mesías que sea juez severo (Lucas 3 9; Mateo 3,7-12) y pide que Jesús se defina (Mateo 11,3).

-          En la hora de la prisión, hora de las tinieblas, (Lucas 22,53), aparece por última vez la tentación de seguir por el camino del Mesías guerrero (Mateo 26,51-53).

b).   Intereses y preocupaciones de las personas

        Las propuestas: Los que rodeaban o acompañaban a Jesús tenían también sus propuestas mesiánicas:

-          En determinado momento, los parientes creyeron que Jesús estaba fuera de sí y quisieron llevarlo de vuelta a su casa (Marcos 3.21.33). Otras veces querían que El se manifestara al Pueblo en el día de la fiesta (Juan 7,2-8).

-          Sucede lo mismo con los apóstoles. Después de un día de muchas curaciones, el Pueblo en masa lo buscaba. A ellos les gustó ver tanto Pueblo con Jesús y lo llaman de vuelta. Pero Él, en nombre de la misión recibida del Padre no atendió el pedido (Marcos 1,36-38).

-          La mujer cananea, al pedir la curación de su hija, proponía un camino no previsto inicialmente (Mateo 15,24).

-          En el huerto el sufrimiento llevó a Jesús a pedir: ‘Padre, aparta de mí esta copa’. Pero enseguida agregó: ‘Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú’ (Marcos 14,36).

-          El discernimiento: Hasta el final de su vida, Jesús tuvo que ser atento y luchar para no desviarse de su misión.

-          Orientándose por la Palabra de Dios, Jesús rechazó todas estas propuestas (Mateo 4,4.7.10; 11,5; Lucas 18,31). El no siguió el camino de la rebelión, ni del Mesías-rey, ni del celo nacionalista: ‘Tengan cuidado de que nadie los engañe’ (Mateo 24,4-5).

-          Unido al Padre por la oración (Lucas 3,21; 5,16; 6,12; 9,18.28-29; 11,1; 22,41), resistió y siguió por el camino del Siervo, del servicio al Pueblo (Mateo 20,28).

-          Para evitar engaños, malas interpretaciones y oposición no necesaria, no permitía que los malos espíritus lo llamaran Mesías (Marcos 1,25.34; 3,12), prohibía al Pueblo divulgar los milagros (Marcos 1,44; 5,43; 7,36) y pedía a los discípulos no revelaran que Él era el Mesías (Marcos 8,30; 9,9). Pero cuanto más lo prohibía, más crecía su fama (Marcos 1,28.45). Por eso, también crecía la oposición de las autoridades, dispuestas a reprimir cualquier manifestación mesiánica popular. La destrucción de Séforis y la brutal represión romana del tiempo de Arquelao aún estaban vivas en la memoria de todos (Juan 11,48).

  1. La crisis de Galilea: renovar el compromiso de los discípulos

a). Confusión de los discípulos y presión de las autoridades. En medio de los conflictos con fariseos y herodianos (Marcos 8,11-21), Jesús salió de Galilea y se fue a la región de Cesarea de Filipo (Marcos 8,27). Allí comenzó a preparar a sus discípulos. En el camino les hizo una pregunta: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’ (Marcos 8,27). Después de escuchar la respuesta y la confirmación de que lo consideraban el Mesías, comenzó a hablar de su pasión y su muerte (Marcos 8,31). Pedro reaccionó: ‘¡Dios no lo permita!’ (Mateo 16,22). Pero Jesús le rebatió: ‘¡Aléjate de mí, Satanás! Tú no piensas como Dios, sino como los hombres’ (Marcos 8,33). Fue el momento de la crisis. Los discípulos, encerrados en la idea de un Mesías glorioso (Marcos 8,32-33; 9,32), no comprendieron la respuesta de Jesús e intentaron llevarlo por otro camino. Era cerca de la fiesta de las Tiendas (Lucas 9,33), en que la expectativa mesiánica-popular acostumbraba a crecer y presionar. Jesús subió a la montaña para rezar (Lucas 9,28). Una vez más, vence a la tentación por la oración.

b). Nueva orientación en la misión de Jesús. La oposición creciente lo llevó a Jesús a cambiar su forma de anunciar el Reino. La nueva coyuntura, iluminada por la profecía del Siervo (Isaías 53,1-12), le dio la certeza de que la manifestación del Reino sería diferente de lo que se imaginaba inicialmente. La victoria del Siervo llegaría a través de la resistencia, la condenación y la muerte (Isaías 50,4-9; 53,1-12). En otras palabras, la cruz aparece en el horizonte, no ya como una posibilidad sino como algo cierto. A partir de este momento comenzó el cambio. Veamos algunos puntos importantes de ese cambio:

-          Pocos milagros. Hasta ahí, hacía muchos milagros. Ahora, a partir de Marcos 8,27; Mateo 16,13 y Lucas 9,18, los milagros fueron casi una excepción en la actividad de Jesús.

-          Anuncio de la pasión. Antes no se hablaba de la pasión, a no ser como una posibilidad remota (Mc 3,6). Ahora, se hablaba de ella constantemente (Marcos 8,31; 9,9.31; 10,33.38).

-          Cargar la cruz. Antes, Jesús anunciaba la llegada inminente del Reino. Ahora, insistía en la vigilancia, en las exigencias del seguimiento y la necesidad de cargar la cruz (Mateo 16,24-26; 19,27-30; 24,42-51; 25,1-13; Marcos 8,34:10,28-31; Lucas 9,23-26.57-62; 12,8-9.35-48; 14,25-33; 17,33; 18,28-30).

-          Enseña a los discípulos. Antes enseñaba al pueblo. Ahora se preocupaba más con la formación de los discípulos. Les pedía que nuevamente hicieran su opción (Juan 6,67) y comenzó a prepararlos para la misión que vendría después. Llegó a salir de la ciudad para poder estar con ellos y cuidar de su formación (Marcos 8,27; 9,28.30-35; 10,10.23.28-32; 11,11).

-          Parábolas diferentes. Antes las parábolas revelaban el misterio del Reino presente en la actividad de Jesús. Ahora las parábolas orientaban al juicio futuro y al fin de los tiempos: los viñadores homicidas (Mateo 21,33-46); el compañero que no perdona (Mateo 18,23-35); los trabajadores de la undécima hora (Mateo 20,1-16); los dos hijos (Mateo 21,28-32); la fiesta nupcial (Mateo 22,1-14); los diez talentos (Mateo 25,14-30).

        Jesús asumía la voluntad del Padre que se revelaba en la nueva coyuntura y decidió ir a Jerusalén (Lucas 9,51). Y lo hizo con tanta decisión que dejó asustados a los discípulos, que no entendían las cosas (Marcos 10,32; Lucas 18,31-34). Dentro de aquella sociedad, el anuncio del Reino tal como que lo hacía Jesús, no sería tolerado. Una de dos: ¡O Jesús cambiaba, o sería muerto! Pero no cambió su anuncio. Continuó fiel a lo que le conducía a Jerusalén. Continuó fiel al Padre y a los pobres. ¡Por eso fue muerto!

  1. La agonía en el huerto: la última tentación

        Entre la crisis de Galilea y la agonía en el huerto, está la larga caminata a Jerusalén, hacia la cruz, asumida con coraje a pesar del susto y de la ignorancia de los discípulos (Marcos 10,32; Lucas 9,51). En el huerto, Jesús enfrentó la gran batalla de su vida, dirigiendo al Padre sus preces con clamor y lágrimas (Hebreos 7,7).

a).   La fiesta popular de los Ramos. Pocos días antes de la Pascua se dio el conflicto abierto. El Pueblo que venía de la Galilea, tomó las calles de la capital e introdujo a Jesús dentro de la ciudad y del templo como Mesías-Rey (Marcos 11,8-11). Jesús aceptó la manifestación popular y la defendió en contra las autoridades que querían prohibirla (Lucas 19,39-40). Pero al mismo tiempo, El se mantuvo en su propio camino: sentado en un burro (Marcos 11,7; Mateo 21,5), evocó la profecía de Zacarías (Zacarías 9,9) que no combina con la idea de Mesías-Rey. Entrando en el templo, hizo un látigo de cuerdas (Juan 2,15) y, en un gesto profético de ruptura con el sistema, expulsó a los vendedores (Mateo 21,12-17; Marcos 11,15-19). En ese momento comenzó la conspiración para matarlo (Lucas 19,47).

        Fue un momento dramático. Jesús estaba realmente solo. En el Pueblo crecía el deseo de verlo como Mesías-Rey: ¡tentación para Jesús! En las autoridades crecía la conspiración para eliminarlo: ¡peligro para Jesús! En los discípulos crecía la perplejidad y el no entender: ¡experiencia de soledad total para Jesús!

b).   La víspera de la Pascua. Era un día cargado de esperanza mesiánica con una situación muy tensa. Como otras veces, Jesús se retiró para rezar. Se fue fuera de la ciudad, a una pequeña huerta, el Huerto de los Olivos, en donde experimentó una angustia terrible y el miedo (Marcos 14,33). No aguantaba estar de pie y cayó al suelo (Marcos 14,35). Un ángel vino a ayudarlo (Lucas 22,43). Jesús estaba tan tenso que no aguantó rezar en solitario y pidió ayuda a sus amigos: ‘Quédense aquí conmigo y permanezcan despiertos’ (Mateo 26,38). Enfrentó la lucha más dura de su vida, que por eso es llamada agonía. Es allí donde aceptó las últimas consecuencias de su inserción en medio de los pobres: ‘¡Que se haga tu voluntad!’ (Mateo 26,42). Vencida la batalla por la oración, se levantó cuando los soldados estaban llegando. Y fue apresado por la traición de un amigo (Mc 14,42).

  1. Fiel al Padre y a los pobres, desde el comienzo hasta el fin

        La encarnación de Jesús implicaba todo esto. Nacido pobre, eligió quedarse al lado de los pobres. Sintió la pobreza por dentro. Se despojó a sí mismo y fue despojado (Filemón 2,7). Experimentó la debilidad a la hora de la agonía y el abandono total a la hora de la muerte (marcos 15,34). El abandono al que eran condenados los pobres. Murió soltando el grito de los pobres, seguro de ser oído por el padre (Mc 15,37). Por eso, dios lo exaltó (Filemón 2,9). La encarnación de Jesús fue un largo proceso. Comenzó con el sí de maría (Lucas 1,38) y terminó con el último sí de Jesús en la hora de la muerte: ‘¡todo está cumplido!’ (Juan 19,30).

a).   El objetivo último de la inserción de Jesús en medio de los pobres era revelar al Padre. Situándose en el movimiento popular, corrigió sus distorsiones nacionalistas e institucionales que desviaban al Pueblo de la Alianza, y reveló el verdadero sentido de la Alianza, de la Buena Nueva del Reino. Jesús no fue un Mesías intermediario. Él era la semilla del Reino, la revelación del Padre que acogía a los excluidos y a los empobrecidos.

b).   Jesús nunca buscó una salida individual. Nunca buscó privilegios para sí. Nació pobre, lo que para Él era expresión de la voluntad del Padre. Eligió quedarse al lado de los pobres, que era una decisión del Hijo, queriendo ser obediente al Padre hasta la muerte, ‘y muerte de cruz’ (Filemón 2,8). Jesús no tuvo miedo de provocar conflictos, ni aún con las personas más queridas, para poder mantener la comunión con el Padre y con los pobres.

c). Como Siervo obediente, la obediencia de Jesús no era una virtud al lado de las otras. Era una condición propia de su misión. En todo lo que hacía, solamente buscaba hacer la voluntad del Padre (Juan 8,28-29; 5,19.30). Era su alimento (Juan 4,34). Quien obedece no habla por si mismo, sino en nombre de aquel a quien obedece. La obediencia hizo que Jesús se vuelva totalmente transparente, pura revelación del Padre al Pueblo, especialmente a los pobres, ‘para que tengan vida y la tengan en abundancia’ (Juan 10,10). La obediencia de Jesús no era disciplinaria, sino profética.

        Jesús dejó un testimonio muy hermoso a este respecto cuando dijo: ‘El mundo conocerá que yo amo al Padre y hago lo que el Padre me encomendó. ¡Levántense, salgamos de aquí!’ (Juan 14,31). Se levantó y se dirigió al huerto, donde fue apresado. Allí comenzó la Pasión. La respuesta de Dios fue la resurrección.

CONCLUSIÓN: LA RESURRECCIÓN DE JESÚS: NUEVA LUZ, NUEVA FUERZA.

1.       La pascua de los apóstoles

        Después de la muerte de Jesús, los discípulos salieron de Jerusalén (Lucas 24,13) y se dispersaron (Marcos 14,27). No percibían la presencia de Jesús en medio de ellos (Lucas 24,20). En ellos había muerto la esperanza. ¡Estaban más muertos que el mismo Jesús! ‘Nosotros esperábamos... pero...’ (Lucas 24,21).

        La experiencia de la resurrección obró en ellos como un rayo, como un temblor de tierra (Mateo 28,2-3). Les sucedió primero a las mujeres (Mateo 28,9-10; Marcos 16,9; Lucas 24,4-11.23; Juan 20,13-16); después a los varones. Esto les devolvió la esperanza. Superaron el miedo y se reunieron nuevamente (Lucas 24,33-35), recuperaron la fe, reencontraron el coraje (Hechos 4,19; 5,29). ¡Ellos mismos resucitaron!

2.       Reconocer al Resucitado vivo en medio de nosotros

        Hasta hoy, la resurrección se repite y hace que el Pueblo experimente la presencia liberadora de Dios en la vida diaria y que cante: ‘¿Quién nos separará, quién nos va a separar del amor de Cristo?’ (Romanos 8,35). Nada, nadie, ninguna autoridad es capaz de neutralizar el impulso creador de la resurrección. La misma fuerza que Dios usó para sacar a Jesús de la muerte, obra en la comunidad a través de la fe (Efesios 1,19-20).

        De hecho, la experiencia de la resurrección ilumina la cruz y la transforma en signo de vida (Lucas 24,25-27); abre los ojos para entender el significado del Antiguo Testamento (Lucas 24,25-27.44-48); ayuda a entender las palabras y gestos del mismo Jesús (Juan 2,21; 5,39; 14,26); ayuda a percibir y experimentar la presencia viva de Jesús en la vida de hoy.

                Jesús, que vivió en Palestina, que se colocó en medio de su pueblo, que acogía a los pobres de su tiempo y era para ellos una revelación del Padre, este mismo Jesús continúa vivo hoy en medio de nosotros, en nuestras comunidades, para continuar, aquí en América Latina, a través de nosotros, la misma misión que realizó en aquel tiempo. Continuamos esta misión de Jesús de una manera personal, pero sobre todo colectivamente, siendo como Pueblo de los Pobres el Siervo sufriente anunciado por Isaías y encarnado por el mismo Jesús.