lunes, 24 de diciembre de 2018

Trinidad, Mujer, Sacerdocio, Jesús... Mucho que pensar.


DIOS  MUJER  (TRINIDAD),  Xavier  Pikaza

El no del cardenal Ladaria al sacerdocio de la mujer

RD. 30.05.18.


Comenté ayer un documento de la Congregación de Religiosos sobre las "mujeres contemplativas", con la impresión de que se trataba de un texto de "hombres" para dirigir la vida de mujeres contemplativas.

En esa línea se sitúan, al parecer, las declaraciones del neo-cardenal Ladaria (RD 30.5.18), reafirmando el no "definitivo" del sacerdocio a las mujeres. Esas declaraciones me parecen importantes, pero no son definitivas ni pertinentes (¡declaratio non petita...), por cuatro razones principales:

1.       Siguen siendo declaraciones de hombres sobre mujeres, y por ese mismo hecho resultan al menos sospechosas.

2.       Suponen que Jesús negó el sacerdocio a las mujeres, cosa que es muy dudosa, por no decir falsa. Jesús no confirió en la Cena este tipo de sacerdocio actual a hombres (sólo a hombres, solo a los Doce). Esa opinión de Ladaria no responde ni histórica ni exegéticamente al evangelio.

3.       Está en juego el tipo de "sacerdocio" del Nuevo Testamento y de la Iglesia, que, según los textos, pertenece sólo a Cristo (Hebreos) y/o a la comunidad creyente y confesante (1 Ped, Ap). A partir de aquí, desde la raíz del evangelio, hoy, año 2018, los católicos-cristianos estamos llamados a recrear los ministerios (que en la línea actual están vaciándose de sentido, porque en ellos prima un tipo de tradición parcial sobre la gran tradición de la Iglesia y sobre el evangelio).

4.       Está en juego la visión del Dios cristiano, del sacerdocio de Jesús y de los ministerios eclesiales.... En este tipo de Iglesia actual tiene razón Ladaria, y en eso tiene razón. Pero hay otro tipo de iglesia que nace y renace de la experiencia de Jesús y del NT, donde todos estos temas han de replantearse.

En este fondo resulta determinante la aportación de la hermenéutica de género, a pesar de que algunos le tengan miedo, pues la de Dios con lo femenino (teología feminista) constituye una de las mayores urgencias y tareas del momento actual.
Se han escrito muchos y buenos trabajos sobre visión feminista de Dios e incluso de la Trinidad. Pero son mucho más numerosos los libros y trabajos, los congresos y cursos especiales dedicados a la teología feminista en perspectiva hermenéutica, liberadora y eclesial. Aquí no puedo evocarlos, el tema desborda los límites e intenciones de esta "postal" de blog.
Teniendo eso en cuenta, pienso que es bueno plantear el tema del Dios Trinidad y de su relación con los hombres y mujeres, según Cristo, y así lo hago recogiendo básicamente un trabajo titulado Trinidad, que publiqué hace tiempo en el Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988, 1903-1921, que se sigue publicando aún en varias lenguas.
En un primer plano, esta postal trata de la relación entre la Virgen María y la Trinidad, pero en ese contexto se han planteado y se plantean algunos de los elementos y problemas fundamentales de la teología y de la vida de la Iglesia en la actualidad.


Buen día a todos, buena semana de la trinidad
Esta reflexión quiere responder a problemas ayer y de hoy, planteados sobre la contemplación cristiana y el sacerdocio-ministerio de la Iglesia, desde una perspectiva de mujer. Es una reflexión de fondo, algo teórica, pero quizá ofrezca un poco de luz sobre el tema.


LA MUJER Y DIOS (María y la Trinidad) (Trinidad y fertilidad: Madre, Madre, Hijo).
Los antiguos pueblos semitas del oriente (Siria y Palestina) entendían de manera divina el proceso anual de la cosecha: el padre-dios del cielo fecunda con sus rayos de sol y con su lluvia a la diosa-madre de la tierra, que concibe y alumbra al hijo-dios de la cosecha. El padre es dios del cielo, conocido por su fuerza engendradora, y lleva el nombre de "El-Allah" o lo divino. La madre es Astarté o Ashera el signo original de la fecundidad, la esposa cósmica del cielo. La divinidad total se ha concebido, por tanto, en forma de pareja capaz de procrear, en gesto de constante unión y alumbramiento. Así nace Baal, el hijo, que es la vida igualmente divina.
Algunos historiadores han supuesto que el cristianismo adaptó este mito; de esa forma, su Dios-Padre corresponde al padre de los cielos; Jesucristo, que es Dios-Hijo, expresa al Baal o señor de la cosecha, que nace-muere-renace cada año (resucita); lógicamente, en este esquema, el Espíritu divino se tendría que haber explicitado como Madre-divina originaria o Madre tierra, a través de la virgen María.
En apariencia, el pensamiento griego ha superado ese esquema trinitario de carácter sexual y vitalista: el proceso de la realidad, interpretado de un modo ternario, ya no está simbolizado por la oposición primera (de lo masculino-femenino) y por el surgimiento de la vida (el hijo). De todas formas, allí donde los griegos apelaron otra vez al mito volvieron a emplear el mismo esquema trinitario, como lo hicieron los helenistas de Egipto, retomando la tríada de Osiris, padre celestial, Isis, la gran madre o signo de la sabiduría cósmica, y Horus, que es hijo salvador.
Sobre este fondo vino a desplegarse una línea de especulación judeo-helenista de Alejandría, que puso a Sophia (Isis) junto al Dios trascendente: Sophia sería la esposa primordial de Dios, origen, arquetipo, madre de todo lo que surge y existe sobre el cosmos. A través de la Sophia surge el Logos o primera de las creaturas: es el orden inmanente de las cosas, reflejo de Dios (expresión de su Sophia) y primogénito o centro estructurante de todo lo creado.
Este esquema teologiza y, en algún sentido, racionaliza unas relaciones de carácter dual (esponsal) y genético, interpretándolas en una perspectiva jerárquica y descendente de la realidad: la esposa, Sophia, aparece más como reflejo femenino de Dios Padre que como una persona independiente que se pueda situar frente de él, de igual a igual, en un encuentro primigenio; por su parte, el hijo, Logos, ha roto de algún modo el círculo divino para introducirse de algún modo en la tierra.


GNÓSTICOS Y CRISTIANOS DE LA GRAN IGLESIA
Los gnósticos siguen entendiendo a Dios como un proceso masculino-femenino de dualización y unificación, de pérdida y encuentro, de salida y retorno. Lógicamente, en el centro de esa realidad y proceso sitúan una figura femenina, que es complemento o esposa del Dios varón (o diosa primera, superior al mismo varón).
Normalmente esta mujer-madre se identifica con el Espíritu Santo y recibe rasgos cercanos a María, ella, la madre de Jesús interpretada en formas simbólicas cambiantes, se inscribe, por lo tanto, en el misterio de la trinidad (o cuaternidad) divina, originaria. De esta manera, los gnósticos cristianos tienden a olvidar la diferencia que hay entre creador y creatura; introducen toda la realidad en el esquema del proceso divino de salida y de retorno; y así pueden concebir a María, la mujer eterna, como un elemento (simbólico y real a la vez) del esquema divino trinitario (o cuaternario).
Los cristianos de la gran iglesia se han elevado en contra de la gnosis, en un proceso que empieza con los padres antignósticos (Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito...) y culmina en los grandes concilios cristológico-trinitarios (Nicea, Éfeso, Calcedonia). Su propuesta tiene dos grandes implicaciones mariológicas: expulsan a María de la trinidad; la interpretan como persona histórica.
La solución gnóstica representaba lo fácil, aquello que está en la línea de la proyección sagrada de las realidades de este mundo... Lo difícil no era divinizar a la madre-virgen del Mesías, introduciéndola en la trinidad originaria. Lo difícil es humanizarla... De todas formas, la respuesta de la Gran Iglesia pudo llevar consigo un riesgo: convertir a Dios en puro ser masculino, olvidar su trascendencia (está más allá de lo masculino o femenino) o negar su elemento femenino.
Son muchos los teólogos actuales que (como F. K. Mayr) piensan que Dios es trascendente, divino por sí mismo, sin el mundo. Pero añaden que él ha creado al hombre "a su imagen y semejanza, como varón-mujer" (cf Gén 1, 27). Por eso debe tener rasgos masculinos y femeninos. Eso lo ha olvidado gran parte de la tradición del cristianismo occidental, que ha interpretado la realidad de Dios en términos exclusivamente masculinos. En contra de esa tradición dominante, debemos recuperar lo femenino de Dios, descubriendo así que Dios se muestra no sólo como Padre, sino, al mismo tiempo, como Madre: es ámbito de comunión personal, potencia de amor en que se arraiga nuestra historia. En esta perspectiva ha de trazarse nuevamente el signo trinitario, como misterio de paternidad-maternidad-filiación. La Trinidad no es un problema que se deba resolver por medio de razones y argumentos: es misterio de la intimidad de Dios en que vivimos y crecemos.


TRINIDAD Y FEMINIDAD Carl Gustav Jung.
En esta línea suele citarse la aportación de Jung, psicólogo e intérprete de la historia de la cultura. A su juicio, la energía psíquica o divina se explicita y vuelve consciente por medio del hombre; a través de un proceso cultural y religioso que le va llevando hacia su propia plenitud. Pues bien, en este proceso de autodesvelamiento divino (humano) ha jugado un papel muy importante el esquema trinitario, no sólo en sus modos más antiguos, de tipo cultural (padre-madre-hijo), sino en su forma más elaborada y perfecta, la cristianad. Pues bien, Jung encuentra aquí un rasgo muy significativo: la Trinidad cristiana ofrece dos novedades significativas. (1) No es una trinidad sexual, fundada en el padre-madre, pues en ella no existe una figura femenina, ni masculina, pues un padre sin madre ya no es masculino. (2) Es trinidad y no cuaternidad, en contra de lo que pide el equilibrio psicológico, que pide siempre que se cumpla y complete la complexio oppositorum, hecha de oposiciones de lo msasculino-femenino, de lo paterno y filial.
La Trinidad es siempre dualidad que se rompe, suscitando así un desequilibrio nuevo. Para superar ese desequilibrio y alcanzar la quietud sería necesario pasar a otro nivel, a un plano de cuaternidad y culminación. La trinidad es camino, es ruptura y necesidad de solución. La cuaternidad, en cambio, es la realidad que ha llegado ya a su plenitud, que reconoce su propia esencia y logra identificarse consigo misma. Dentro de la cuaternidad podríamos encontrar a María, incluida en el mismo despliegue de Dios. Este proceso de elevación divina de una cuarta figura sagrada puede interpretarse en Jung de varios modos.

1.       Desde una perspectiva "diabólica" el Diablo había sido el expulsado, aquella realidad que permanece fuera del círculo divino; pues bien, en un momento determinado de su proceso conceptual (a través de la historia de los hombres), Dios tiene que reconocer el mal como algo suyo, asumiéndolo como propio en el ámbito de su totalidad; así aparecería la primera cuaternidad, con el Dios-Padre, la Sabiduría-Madre, el Hijo-Bueno Cristo y el Hijo-Malo Diablo.

2.       Desde una perspectiva "creatural": la creatura es lo que ha sido también alejado de Dios, lo que aparece como materia o realidad externa; pues bien, sólo en el momento en que Dios asuma dentro de sí mismo a la totalidad creada, por medio del Espíritu, se habrá cumplido la historia, habrá llegado la cuaternidad: Dios-Padre, Dios-Hijo, Dios-Espíritu y Dios-Mundo.

3.       Desde una perspectiva mariológica, es decir, incluyendo a la Madre de Jesús en lo divino, sea como aspecto femenino de Dios (la Gran Diosa), sea como humanidad culminada. De esa manera, el dogma de la asunción de María constituiría, en plano psicológico, la elevación divina de la madre de Jesús, presentada como signo de la divinidad-materna o de la humanidad culminada.

Éste sería el dogma de las "nupcias finales" de Dios que se reconcilia con todo: asume en sí lo malo, acoge en su seno a la creatura, despliega sus dos rasgos principales (el masculino y femenino). María se desvelaría, según esto como piedra clave de esta reconciliación universal, como un elemento de la trinidad o cuaternidad divina. Pues bien, en contra de eso, los cristianos que siguen confesando en su forma actual el dogma de la Trinidad (con los credos oficiales de la iglesia) se encontrarían todavía en un momento de crisis, pues donde el Espíritu aparece desligado de este mundo y la misma dualidad de Padre-Hijo no ha encontrado su descanso. Estaríamos en un es momento de violencia, guerra y muerte, tal como lo indican las grandes conmociones de la historia, fundadas precisamente en el desequilibrio masculino (trinitario) de nuestra sociedad. Pero esperamos el despliegue final de lo divino, el equilibrio total de la cuaternidad, cuando María, y con ella el mismo mundo (con el mal), vengan a incluirse en el "pleroma de Dios", la plenitud cumplidas.

En esta línea de Jung se sitúan muchos hombres y mujeres de la actualidad pero su visión resulta al menos ambigua.
-          Resulta sospechoso el hecho de que la mujer venga incluida en el mismo lugar estructural que corresponde a la materia, creatura y Diablo. Ella parece representar a la materia frente al espíritu, a la creatura frente al creador, al mal frente al bien.
-          Jung diviniza a la mujer como arquetipo, reflejado por María, pero eso no parece influir en las mujeres concretas de la historia. Más que la mujer en sí, y mucho más que una mujer concreta que se llamó María, parece interesarle la visión de la feminidad, como elemento estructural del todo sagrado.
-          Por eso, la redención de la mujer consiste en el descubrimiento de su divinidad, dentro del gran pléroma sagrado, en la cuaternidad; pero eso no resuelve los temas y problemas de la mujer en la historia.


¿VUELTA AL PAGANISMO? LA NOVEDAD CRISTIANA
Jung quiere ampliar la Trinidad, introduciendo en ella un último elemento de equilibrio intradivino que la convierte en cuaternidad. Con todas las cautelas necesarias, pienso que se trata de una repaganización del cristianismo, que puede situarse en la línea del famoso cuadrado (das Geviert) de M. Heidegger. Aquí como allí lo divino incluye la totalidad (cielo y tierra, hombres y dioses; Padre y Madre, Espíritu y mundo). Se disuelve al fin el proceso de la historia como creatividad y como lugar de surgimiento de individuos libres; queda la totalidad sagrada de lo eterno, permanente, como proceso ya realizado donde el esquema ternario de las viejas religiones del proceso vital viene superado por un nuevo y más alto paganismo de la cuaternidad donde todo está incluido.
Pues bien, en contra de eso juzgo que resulta absolutamente necesario mantener el esquema trinitario de la revelación cristiana. En contra de Jung, el esquema trinitario destaca la trascendencia de Dios sobre la historia, resaltando, al mismo tiempo, la realidad de la historia que se funda en la revelación de Dios. Precisamente dentro de esa historia humana hallamos a María, la madre de Jesús. Por eso, ella no puede interpretarse como elemento intradivino de la cuaternidad sacral, ella es, más bien, una persona humana que, por gracia de Dios y por fidelidad propia, viene a introducirse (como creatura) dentro del mismo despliegue histórico de la Trinidad trascendente.
Pues bien, volvemos ahora al cristianismo y precisamos lo que significa el hecho de que una mujer, María, se encuentre estrechamente vinculada al misterio trinitario. En este fondo han de hacerse dos afirmaciones que en un primer momento pueden parecer contradictorias:

1.       Jesús-Hijo existe de algún modo sin María, en su nivel de eternidad intradivina en relación de amor hacia Dios Padre, en la unidad del mismo Espíritu.

2.       Dios ha querido que Jesús Hijo realice su misma filiación eterna y trinitaria dentro de la historia, por medio de María. No es una segunda filiación; no es un nuevo Hijo de Dios el que ahora nace. El mismo Hijo divino, siempre eterno, nace ahora y por siempre de María. Esto significa que María, siendo una mujer de nuestra historia, pertenece a la realización histórica (económica) de la misma filiación eterna (inmanente) del Hijo de Dios.

Esto es precisamente lo difícil, es lo misterioso. Fácil sería decir que María es eterna, divina y, como tal, madre del mismo Hijo de Dios, por siempre eterno. Fácil sería afirmar que ella es la madre del Cristo temporal, como las otras madres de la tierra. Lo difícil, plenamente paradójico, es aquello que ahora confesamos con la iglesia: Dios Padre expresa y realiza históricamente, por medio de María, su paternidad eterna; su propio Hijo eterno, intradivino, comienza a nacer en la historia y nace para siempre por medio de María, de manera que el Espíritu de la paternidad-filiación, que eternamente vincula al Padre con el Hijo, empieza a vincularles ahora, en el tiempo de la historia, por medio de María.
Esto significa que la Trinidad económica es la misma Trinidad inmanente, es decir, el mismo Dios eterno como proceso de amor, encuentro primigenio y fundante de personas (Padre con el Hijo en el Espíritu). Pero lo es de un modo nuevo: dentro de la historia. Eso significa que eternidad (inmanencia) no es aquello que se opone a la historia (economía), como se oponen y limitan realidades que están al mismo plano. Por definición, la Trinidad inmanente es aquel misterio de amor intradivino que (existiendo en sí, como principio de los tiempos) puede explicitarse y realizarse plenamente dentro del tiempo, es decir, como Trinidad económica.


MARÍA: TRINIDAD ECONÓMICA E INMANENTE
Pues bien, la posibilidad de realización económica de la Trinidad inmanente se llama María. Ella pertenece al despliegue temporal de la Trinidad eterna. Esto implica, a mi entender, tres grandes consecuencias que condensaremos de un modo sencillo.

-          Dios es trascendente con respecto a los procesos vitales, psicológicos del mundo. Por eso, su misterio de vida no se puede explicar cómo la vida fundante (padre-madre-hijo) que nosotros proyectamos hacia el plano más íntimo del cosmos, en contra de la perspectiva religiosa ya indicada. Tampoco le podemos entender como principio y meta de cuaternidad sagrada en la que todo vendría a consistir, según otros autores. Siendo trascendente al mundo, Dios es inmanente en sí mismo: tiene vida interna, sin necesidad de desplegarse o realizarse en el proceso cósmico. Por eso, en sí mismo, Dios no es madre ni padre en sentido masculino o femenino.

-          Dios es personal, es comunión de personas en su misma vida eterna. Las posturas anteriores tienden a entender la personalidad de Dios en relación al mundo, en el proceso de despliegue y repliegue de este cosmos. Pues bien, desde el momento en que nosotros descubrimos la autonomía de Dios como viviente, nos vemos invitados (casi obligados) a expresar su personalidad intradivina en forma de plenitud de amor o encuentro entre personas. Éste es un corolario que deriva tanto del análisis de Dios (su autonomía interna) como del modo de entender las creaturas (que aparecen como no divinas).

-          María es creatura y es persona. Es creatura, pues deriva del Dios que es trascendente; ella existe, en cuanto tal, fuera del misterio. Es persona en la medida en que, surgiendo de Dios y dependiendo de Dios, viene a mantenerse en pie, puede sostenerse a sí misma y decidir sobre el sentido de su vida, en relación de diálogo y amor con lo divino (con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Sólo llega a ser persona aquella creatura que, asumiendo su propia dependencia, se realiza, sin embargo, de manera libre, dialogando en forma responsable con las personas trinitarias.


DIOS PERSONAL, MARÍA PERSONA
Dios es personal en sí, no necesita de los hombres o del mundo para serlo. Es personal como diálogo de ofrenda y acogida, de llamada y de respuesta en comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu. Ese Dios trinitario, realizando en sí la totalidad del ser, no es excluyente ni egoísta. Todo lo contrario: quiere que en su propia plenitud haya lugar para otros seres que participen de su propio encuentro de amor (o felicidad), surgiendo así como personas.
Pues bien, la primera creatura que se eleva y se realiza plenamente como persona (humana) al interior de ese misterio trinitario, en referencia al Padre, Hijo y Espíritu Santo es María. En esta perspectiva hemos de decir que Adán no es todavía plenamente persona, ni lo es Eva, ni tampoco los judíos que caminan en línea de esperanza. Ellos se encuentran en camino, no han llegado a ser personas en el pleno sentido teológico del término, y sólo pueden serlo por el Cristo, que es persona intradivina (Hijo de Dios) dentro de la historia.
En esa línea, la primera de todas las personas que se hace plenamente humana, que decide su ser y se realiza en libertad dentro de la historia, es María, la madre de Jesús. Ella es la primera que entra en relación directa con el Padre, participando humanamente en su paternidad divina, es la primera que ha vivido en comunión con el Hijo; es la primera que se deja iluminar por el Espíritu.
Cristo es persona por ser Hijo de Dios en nuestra historia; no es, por tanto, una persona humana, un nuevo sujeto, un individuo autónomo y distinto que se eleva frente al Padre, el Hijo y el Espíritu. Es el mismo amor-persona del Hijo de Dios que se vuelve humanidad, que se hace historia, para realizar entre nosotros su misterio eterno.
María, en cambio, es persona porque, siendo una mujer de nuestra historia, creatura, vive en diálogo de amor y libertad con el misterio trinitario. Por la tradición teológica sabemos que el ser de la persona consiste precisamente en la capacidad de relación. Pues bien, María es persona (estrictamente hablando, es la primera persona de la humanidad) porque ella ha mantenido un diálogo de amor-ser con cada una de las personas trinitarias, haciendo así posible que también nosotros lo tengamos (a través de la encarnación del Hijo de Dios, que es su hijo).
Esto nos sitúa más allá de todos los procesos vitales (ternarios) de este cosmos, más allá de todos los posibles equilibrios (de cuaternidad) de nuestra mente. Esto nos lleva al centro de la historia, precisamente hasta el lugar en donde Dios ha decidido fundar y establecer su humanidad definitiva, a partir del nacimiento y de la cruz de Jesucristo, el Hijo. Pues bien, precisamente allí encontramos a María, como la primera persona de la historia. La primera persona de la Trinidad se llama Padre, por ser fuente de amor de donde brota el Hijo, en el Espíritu.
Desde Jesús, Hijo encarnado, como primera persona de los hombres, brota su madre, que es María; ella, siendo humanidad creada, creatura libre, ha mantenido un diálogo de amor definitivo con el Padre y el Hijo en el Espíritu, de esa forma ha abierto para todos los hombres (incluido Adán y Eva) el camino de la vida personal, es decir, la posibilidad de salvación definitiva.


CONCLUSIÓN: MARÍA ¿FEMINIDAD TRINITARIA?
Estos elementos nos invitan a plantear el tema, al menos de manera inicial y aproximada. Tres son, a mi juicio, los modos en que puede plantearse este problema. Ellos dependen de la forma de entender la Biblia y también de la manera de que nos enfrentemos con la vida. Hay una lectura jerárquico-patriarcal que, quizá inconscientemente, ha definido a Dios en forma de varón, tomando a la humanidad como mujer, su esposa.
Hay otra lectura igualitario-dualista que toma a la mujer-varón como elementos del único misterio, distinguiéndolos en forma complementaria. Hay, en fin, una lectura mesiánico-personalista que interpreta la relación varón-mujer en clave de historia que pasa, como una mediación temporal, mientras llega la plenitud del reino en que no existe ya varón-mujer como diferentes por su sexo, sino como personas.

1.       La lectura jerárquico-patriarcal parece estar fundada en una determinada interpretación de Gén 3,4-25: Dios creó primero a Adán-varón y sólo después hizo surgir "de su costilla" a Eva, la mujer, para "ayudarle" en la tarea de la vida y la reproducción. Lógicamente, en todo el AT, Dios se viene a presentar como masculino, en sentido patriarcal: es Padre que origina la vida y es Marido que cuida y acaricia, desde arriba, a su mujer-amada. Fijemos bien el dato. En esta perspectiva se entremezclan las funciones de Padre y de Marido, haciendo que así surja una visión esponsal, asimétrica, de las relaciones religiosas; Dios recibe forma-signo de varón y el pueblo entero es la mujer, su esposa.
En esta línea Dios mantiene los rasgos patriarcales y, por mucho que se diga que no tiene sexo, viene a presentarse con supuestos rasgos varoniles: es cabeza-fuente de vida, en un sentido creador y activo. La mujer, en cambio, es creadora, pero sólo de un modo receptivo o, casi mejor, pasivo: ella se deja amar, acoge; en ese aspecto, está representada por María, que puede presentarse como signo de la feminidad maternal de Dios que es el Espíritu Santo. Lógicamente, muchas mujeres se levantan y protestan en contra de esta perspectiva, que acaba por segregarlas dentro de la sociedad.

2.       Hay una lectura igualitario-dualista: mujer y varón son iguales y distintos, situados uno junto al otro, frente al otro, en complementariedad libre y creadora. Ni el varón es el activo ni la mujer es la pasiva; ni el varón es cabeza ni la mujer es cuerpo. Ambos son personas iguales, que caminan y crean unidos, en diálogo fecundo.
Ésta es la postura que deriva de Gén 1,27, en que se dice: "Creó Dios al hombre a su imagen...: varón y mujer los creó". Es la postura que mejor refleja el texto de la creación, en el paraíso: Eva no es ayuda en el sentido de inferior o sometida; ella emerge frente a Adán, de igual a igual, en diálogo de complementariedad creadora.
Ésta es la visión que Jesús ha reasumido de manera libre y creadora en su evangelio cuando alude al varón y la mujer creados ya desde el principio como iguales, uno para el otro (cf. Mt 19,4-8). Varón y mujer conservan en igualdad sus diferencias y son, en cuanto tales, signo del misterio de Dios. Esta visión se encuentra cerca de eso que podríamos llamar el feminismo de la diferencia, siempre que se entienda en forma de complementariedad no agresiva: varón y mujer son diferentes, como polos de una humanidad dual; así reflejan la misma dualidad divina.
Si el ser humano es definitivamente varón-mujer, si esa diferencia reproduce el misterio más profundo de su realidad, es lógico que el mismo Dios se deba revelar de dos maneras: como varón, por Jesús-Hijo, que asume y eleva lo masculino de la humanidad; como mujer, por María-Espíritu Santo, que asume y espiritualiza el aspecto femenino de esa misma humanidad. De esa forma, en la unidad amorosa (no agresiva ni guerrera) del varón y la mujer, de Jesús y de María, viene a realizarse la redención definitiva.

3.       Hay una lectura mesiánico-personalista. Es mesiánica porque asume con seriedad el hecho de que en Cristo ya ha llegado el reino, la nueva creatura: las cosas no se pueden seguir interpretando como si todo siguiera igual en este plano del varón-mujer para los fieles de Jesús mesías. Es una postura personalista porque define al hombre (varón-mujer) por aquello que logra ser, en un camino de realización (de actividad y acogida) que le relaciona con Dios y con los otros. Ésta es, a mi juicio, la línea que recoge mejor la novedad de la Escritura. Ciertamente, en un plano, varón y mujer son distintos, pero, llegando hasta la hondura del creyente, al nivel de bautizado, se supera la antigua diferencia: varones y mujeres pueden vivir y convivir como cristianos, es decir, hombres mesiánicos.
Podrán casarse y asumir la dualidad sexual como señal del gran misterio de la vida; pero ya no se verán el uno como activo, el otro receptivo; ya no instaurarán por eso diferencias sociales. Al llegar hasta la hondura de su ser no se definen más como varón o mujer, sino como personas capaces de creer y realizar su vida en libertad.

Pienso que en esta perspectiva de la nueva creación en Cristo, donde ya no existen varones ni mujeres debe situarse el ministerio de la iglesia y la visión de María en su apertura hacia el misterio trinitario. Ella no es la Mujer, como creatura femenina (pasiva-receptiva), que acoge en silencio la voz de un Dios trinitario básicamente interpretado en forma masculina (Padre-Hijo). Ella no es tampoco el Espíritu-mujer, relacionado en forma de complementariedad frente al Hijo-varón. Esos simbolismos, que pueden admitirse en plano inicial como camino de maduración de una humanidad todavía esclavizada por los elementos de este mundo (cf. Gál 4,3), deben superarse cuando llega el nivel de lo mesiánico, es decir, el surgimiento radical de la persona en su apertura al misterio trinitario.
Padre, Hijo y Espíritu Santo no se pueden definir en términos sexuales de varón ni de mujer, aunque el simbolismo de la historia haya fijado (temporalmente) los nombres masculinos para el Padre y para el Hijo. Ellos se definen como encuentro de amor pleno donde cada uno da todo su ser y recibe el ser del otro, de una forma que supera la unión de padre-madre-hijo de la historia. Ciertamente, el Hijo de Dios se ha encarnado en forma masculina, es decir, como varón, por exigencias de la situación social de aquel momento. Pero ese Jesús, que es varón, no se define ya como varón contra (frente a) la mujer, sino como persona radical de Hijo de Dios en forma humana. Por eso, en la hondura de su amor y de su entrega quedan identificados e igualados varones y mujeres, como ya hemos indicado.
En este aspecto, debemos afirmar que Jesús no es asexuado en el nivel de carencia sino suprasexuado: realiza su amor de tal manera que desborda el viejo plano de los sexos, en actitud de generosidad paciente y creadora que se abre salvadoramente a todos los humanos. Por eso Jesús no ha buscado una mujer que complemente femeninamente su redención masculina. En ese aspecto no necesita ni siquiera de María. Jesús resucitado se halla, según eso, en aquella culminación donde ya "no existe varón ni mujer" (Gal 3, 28). María, en cambio, se ha encontrado en el camino, lo mismo que nosotros. Por una parte es madre-mujer mientras sigue el proceso de la historia: en esa perspectiva ha dialogado con Dios en la anunciación, ha cuidado de Jesús y se mantiene como signo de maternidad dentro de la iglesia (Jn 19,26-27). Pero, al mismo tiempo, ella es persona total, es la primera persona de la nueva humanidad, como ya hemos indicado previamente; en este sentido, ella no se define ya ni como mujer ni como varón, sino como creyente en la profundidad de su apertura trinitaria.

(«Trinidad», Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988, 1903-1921).

Bibliografía básica:
La bibliografía sobre el tema se ha vuelto casi inabarcable en los últimos años. Además de la citada para el número anterior, cf.
J. M. DELGADO VARELA, «Personalismo trinitario y mariológico», Acta congressus mariologici-mariani (Lisboa 1967), IV, Roma 1970, 191-232. SET, María y la Santísima Trinidad, Salamanca 1986.
AAVV, Mariología Fundamental, STrin, Salamanca 1995.
A. ORTEGA, «María y la Trinidad», EstTrin 10 (1976) 229-284.
H. M. MANTEAU-BONAMY, «L'Esprit Saint, divine Mère du Christ?, Et la Vierge conçut du Saint Esprit», Bulletin de la Societé Française d'Etudes Mariales (1970) 18-22; María y el Espíritu Santo en el concilio Vaticano II, EstTrin 19 (1985) 204-218.
L. BOFF, El rostro materno de Dios, Paulinas, Madrid 1989.
S. DE FIORES, La Santísima Trinidad misterio de vida. Experiencia trinitaria en comunión con María, STrin, Salamanca 2002; María madre de Jesús, STrin, Salamanca 2003.
A. AMATO, María y la Trinidad: espiritualidad mariana y existencia cristiana, STrin, Salamanca 2000; X. PIKAZA, «María y el Espíritu Santo», EstTin 15 (1981) 3-83; La Madre de Jesús. Introducción a la Mariología, Sígueme, Salamanca 1990, 229-338.
Para una visión panorámica del tema, desde la perspectiva de la teología, cfr. S. DE FIORES, María en la teología contemporánea, Sígueme, Salamanca 1991, donde se pueden encontrar, valorados y bien organizados, los temas que siguen.