DIOS MUJER
(TRINIDAD), Xavier Pikaza
El no del
cardenal Ladaria al sacerdocio de la mujer
RD. 30.05.18.
Comenté ayer un documento de la
Congregación de Religiosos sobre las "mujeres contemplativas", con la
impresión de que se trataba de un texto de "hombres" para
dirigir la vida de mujeres contemplativas.
En esa línea se sitúan, al parecer, las declaraciones
del neo-cardenal Ladaria (RD 30.5.18), reafirmando el no "definitivo"
del sacerdocio a las mujeres. Esas declaraciones me parecen importantes, pero
no son definitivas ni pertinentes (¡declaratio non petita...), por cuatro
razones principales:
1.
Siguen siendo declaraciones de hombres sobre
mujeres, y por ese mismo hecho resultan al menos sospechosas.
2.
Suponen que Jesús negó el sacerdocio a las mujeres,
cosa que es muy dudosa, por no decir falsa. Jesús no confirió en la Cena
este tipo de sacerdocio actual a hombres (sólo a hombres, solo a los Doce). Esa
opinión de Ladaria no responde ni histórica ni exegéticamente al evangelio.
3.
Está en juego el tipo de "sacerdocio" del
Nuevo Testamento y de la Iglesia, que, según los textos, pertenece sólo
a Cristo (Hebreos) y/o a la comunidad creyente y confesante (1 Ped, Ap). A
partir de aquí, desde la raíz del evangelio, hoy, año 2018, los católicos-cristianos
estamos llamados a recrear los ministerios (que en la línea actual están
vaciándose de sentido, porque en ellos prima un tipo de tradición parcial sobre
la gran tradición de la Iglesia y sobre el evangelio).
4.
Está en juego la visión del Dios cristiano, del sacerdocio
de Jesús y de los ministerios eclesiales.... En este tipo de Iglesia actual
tiene razón Ladaria, y en eso tiene razón. Pero hay otro tipo de iglesia que
nace y renace de la experiencia de Jesús y del NT, donde todos estos temas
han de replantearse.
En este fondo resulta determinante la
aportación de la hermenéutica de género, a pesar de que algunos le
tengan miedo, pues la de Dios con lo femenino (teología feminista) constituye
una de las mayores urgencias y tareas del momento actual.
Se han escrito muchos y buenos trabajos
sobre visión feminista de Dios e incluso de la Trinidad. Pero son mucho más
numerosos los libros y trabajos, los congresos y cursos especiales dedicados a
la teología feminista en perspectiva hermenéutica, liberadora y eclesial.
Aquí no puedo evocarlos, el tema desborda los límites e intenciones de esta
"postal" de blog.
Teniendo eso en cuenta, pienso que es
bueno plantear el tema del Dios Trinidad y de su relación con los hombres y
mujeres, según Cristo, y así lo hago recogiendo básicamente un trabajo titulado
Trinidad, que publiqué hace tiempo en el Diccionario de Mariología,
Paulinas, Madrid 1988, 1903-1921, que se sigue publicando aún en varias
lenguas.
En un primer plano, esta postal trata
de la relación entre la Virgen María y la Trinidad, pero en ese contexto se
han planteado y se plantean algunos de los elementos y problemas fundamentales
de la teología y de la vida de la Iglesia en la actualidad.
Buen
día a todos, buena semana de la trinidad
Esta reflexión quiere responder a
problemas ayer y de hoy, planteados sobre la contemplación cristiana y el
sacerdocio-ministerio de la Iglesia, desde una perspectiva de mujer. Es una
reflexión de fondo, algo teórica, pero quizá ofrezca un poco de luz sobre el
tema.
LA
MUJER Y DIOS (María y la Trinidad) (Trinidad y fertilidad: Madre, Madre, Hijo).
Los antiguos pueblos semitas del oriente
(Siria y Palestina) entendían de manera divina el proceso anual de la cosecha:
el padre-dios del cielo fecunda con sus rayos de sol y con su lluvia a la
diosa-madre de la tierra, que concibe y alumbra al hijo-dios de la cosecha. El
padre es dios del cielo, conocido por su fuerza engendradora, y lleva el nombre
de "El-Allah"
o lo divino. La madre es Astarté o Ashera el signo original
de la fecundidad, la esposa cósmica del cielo. La divinidad total se ha
concebido, por tanto, en forma de pareja capaz de procrear, en gesto de
constante unión y alumbramiento. Así nace Baal, el hijo, que es la vida
igualmente divina.
Algunos historiadores han supuesto que el
cristianismo adaptó este mito; de esa forma, su Dios-Padre corresponde al padre
de los cielos; Jesucristo, que es Dios-Hijo, expresa al Baal o señor de la
cosecha, que nace-muere-renace cada año (resucita); lógicamente, en este
esquema, el Espíritu divino se tendría que haber explicitado como Madre-divina
originaria o Madre tierra, a través de la virgen María.
En apariencia, el pensamiento griego ha
superado ese esquema trinitario de carácter sexual y vitalista: el proceso de
la realidad, interpretado de un modo ternario, ya no está simbolizado por la
oposición primera (de lo masculino-femenino) y por el surgimiento de la vida
(el hijo). De todas formas, allí donde los griegos apelaron otra vez al mito
volvieron a emplear el mismo esquema trinitario, como lo hicieron los
helenistas de Egipto, retomando la tríada de Osiris, padre celestial, Isis,
la gran madre o signo de la sabiduría cósmica, y Horus, que es hijo salvador.
Sobre este fondo vino a desplegarse una
línea de especulación judeo-helenista de Alejandría, que puso a Sophia (Isis)
junto al Dios trascendente: Sophia sería la esposa primordial de Dios, origen,
arquetipo, madre de todo lo que surge y existe sobre el cosmos. A través de la
Sophia surge el Logos o primera de las creaturas: es el orden inmanente de las
cosas, reflejo de Dios (expresión de su Sophia) y primogénito o centro
estructurante de todo lo creado.
Este esquema teologiza y, en algún
sentido, racionaliza unas relaciones de carácter dual (esponsal) y genético,
interpretándolas en una perspectiva jerárquica y descendente de la realidad: la
esposa, Sophia, aparece más como reflejo femenino de Dios Padre que como una
persona independiente que se pueda situar frente de él, de igual a igual, en un
encuentro primigenio; por su parte, el hijo, Logos, ha roto de algún modo el
círculo divino para introducirse de algún modo en la tierra.
GNÓSTICOS
Y CRISTIANOS DE LA GRAN IGLESIA
Los gnósticos siguen entendiendo a Dios
como un proceso masculino-femenino de dualización y unificación, de pérdida y
encuentro, de salida y retorno. Lógicamente, en el centro de esa realidad y
proceso sitúan una figura femenina, que es complemento o esposa del Dios varón
(o diosa primera, superior al mismo varón).
Normalmente esta mujer-madre se
identifica con el Espíritu Santo y recibe rasgos cercanos a María, ella, la madre
de Jesús interpretada en formas simbólicas cambiantes, se inscribe, por lo
tanto, en el misterio de la trinidad (o cuaternidad) divina, originaria. De
esta manera, los gnósticos cristianos tienden a olvidar la diferencia que hay
entre creador y creatura; introducen toda la realidad en el esquema del proceso
divino de salida y de retorno; y así pueden concebir a María, la mujer eterna,
como un elemento (simbólico y real a la vez) del esquema divino trinitario (o
cuaternario).
Los cristianos de la gran iglesia se han
elevado en contra de la gnosis, en un proceso que empieza con los padres
antignósticos (Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito...) y culmina en los
grandes concilios cristológico-trinitarios (Nicea, Éfeso, Calcedonia). Su
propuesta tiene dos grandes implicaciones mariológicas: expulsan a María de la
trinidad; la interpretan como persona histórica.
La solución gnóstica representaba
lo fácil, aquello
que está en la línea de la proyección sagrada de las realidades de este
mundo... Lo difícil no era divinizar a la madre-virgen del Mesías,
introduciéndola en la trinidad originaria. Lo difícil es humanizarla... De
todas formas, la respuesta de la Gran Iglesia pudo llevar consigo un riesgo:
convertir a Dios en puro ser masculino, olvidar su trascendencia (está más allá
de lo masculino o femenino) o negar su elemento femenino.
Son muchos los teólogos actuales que
(como F. K. Mayr) piensan que Dios es trascendente, divino por sí mismo, sin el
mundo. Pero añaden que él ha creado al hombre "a su imagen y semejanza,
como varón-mujer" (cf Gén 1, 27). Por eso debe tener rasgos masculinos y
femeninos. Eso lo ha olvidado gran parte de la tradición del cristianismo
occidental, que ha interpretado la realidad de Dios en términos exclusivamente
masculinos. En contra de esa tradición dominante, debemos recuperar lo femenino
de Dios, descubriendo así que Dios se muestra no sólo como Padre, sino, al
mismo tiempo, como Madre: es ámbito de comunión personal, potencia de amor en
que se arraiga nuestra historia. En esta perspectiva ha de trazarse nuevamente
el signo trinitario, como misterio de paternidad-maternidad-filiación. La
Trinidad no es un problema que se deba resolver por medio de razones y
argumentos: es misterio de la intimidad de Dios en que vivimos y crecemos.
TRINIDAD Y
FEMINIDAD Carl Gustav Jung.
En esta línea suele citarse la
aportación de Jung, psicólogo e intérprete de la historia de la cultura. A su
juicio, la energía psíquica o divina se explicita y vuelve consciente por medio
del hombre; a través de un proceso cultural y religioso que le va llevando
hacia su propia plenitud. Pues bien, en este proceso de
autodesvelamiento divino (humano) ha jugado un papel muy importante el esquema
trinitario, no sólo en sus modos más antiguos, de tipo cultural
(padre-madre-hijo), sino en su forma más elaborada y perfecta, la cristianad.
Pues bien, Jung encuentra aquí un rasgo muy significativo: la Trinidad
cristiana ofrece dos novedades significativas. (1) No es una trinidad sexual,
fundada en el padre-madre, pues en ella no existe una figura femenina, ni
masculina, pues un padre sin madre ya no es masculino. (2) Es trinidad y no
cuaternidad, en contra de lo que pide el equilibrio psicológico, que pide
siempre que se cumpla y complete la complexio oppositorum, hecha de oposiciones
de lo msasculino-femenino, de lo paterno y filial.
La Trinidad es siempre dualidad
que se rompe, suscitando así un desequilibrio nuevo. Para
superar ese desequilibrio y alcanzar la quietud sería necesario pasar a otro
nivel, a un plano de cuaternidad y culminación. La trinidad es camino, es
ruptura y necesidad de solución. La cuaternidad, en cambio, es la realidad que
ha llegado ya a su plenitud, que reconoce su propia esencia y logra
identificarse consigo misma. Dentro de la cuaternidad podríamos encontrar a
María, incluida en el mismo despliegue de Dios. Este proceso de elevación
divina de una cuarta figura sagrada puede interpretarse en Jung de varios modos.
1.
Desde una perspectiva "diabólica" el
Diablo había sido el expulsado, aquella realidad que permanece fuera del
círculo divino; pues bien, en un momento determinado de su proceso conceptual
(a través de la historia de los hombres), Dios tiene que reconocer el mal como
algo suyo, asumiéndolo como propio en el ámbito de su totalidad; así aparecería
la primera cuaternidad, con el Dios-Padre, la Sabiduría-Madre, el Hijo-Bueno
Cristo y el Hijo-Malo Diablo.
2.
Desde una perspectiva "creatural": la
creatura es lo que ha sido también alejado de Dios, lo que aparece como materia
o realidad externa; pues bien, sólo en el momento en que Dios asuma dentro de
sí mismo a la totalidad creada, por medio del Espíritu, se habrá cumplido la
historia, habrá llegado la cuaternidad: Dios-Padre, Dios-Hijo, Dios-Espíritu y
Dios-Mundo.
3.
Desde una perspectiva mariológica, es decir,
incluyendo a la Madre de Jesús en lo divino, sea como aspecto femenino de Dios
(la Gran Diosa), sea como humanidad culminada. De esa manera, el dogma de la
asunción de María constituiría, en plano psicológico, la elevación divina de la
madre de Jesús, presentada como signo de la divinidad-materna o de la humanidad
culminada.
Éste sería el dogma de las
"nupcias finales" de Dios que se reconcilia con todo: asume en sí lo
malo, acoge en su seno a la creatura, despliega sus dos rasgos principales (el
masculino y femenino). María se desvelaría, según esto como piedra clave de
esta reconciliación universal, como un elemento de la trinidad o cuaternidad
divina. Pues bien, en contra de eso, los cristianos que siguen confesando en su
forma actual el dogma de la Trinidad (con los credos oficiales de la iglesia)
se encontrarían todavía en un momento de crisis, pues donde el Espíritu aparece
desligado de este mundo y la misma dualidad de Padre-Hijo no ha encontrado su
descanso. Estaríamos en un es momento de violencia, guerra y muerte, tal como
lo indican las grandes conmociones de la historia, fundadas precisamente en el
desequilibrio masculino (trinitario) de nuestra sociedad. Pero esperamos el
despliegue final de lo divino, el equilibrio total de la cuaternidad, cuando
María, y con ella el mismo mundo (con el mal), vengan a incluirse en el
"pleroma de Dios", la plenitud cumplidas.
En esta línea de Jung se sitúan muchos
hombres y mujeres de la actualidad pero su visión resulta al menos ambigua.
-
Resulta
sospechoso el hecho de que la mujer venga incluida en el mismo lugar
estructural que corresponde a la materia, creatura y Diablo. Ella parece
representar a la materia frente al espíritu, a la creatura frente al creador,
al mal frente al bien.
-
Jung
diviniza a la mujer como arquetipo, reflejado por María, pero eso no parece
influir en las mujeres concretas de la historia. Más que la mujer en sí, y
mucho más que una mujer concreta que se llamó María, parece interesarle la
visión de la feminidad, como elemento estructural del todo sagrado.
-
Por
eso, la redención de la mujer consiste en el descubrimiento de su divinidad,
dentro del gran pléroma sagrado, en la cuaternidad; pero eso no resuelve los
temas y problemas de la mujer en la historia.
¿VUELTA AL
PAGANISMO? LA NOVEDAD CRISTIANA
Jung quiere ampliar la Trinidad,
introduciendo en ella un último elemento de equilibrio intradivino que la
convierte en cuaternidad. Con todas las cautelas necesarias, pienso que se
trata de una repaganización del cristianismo, que puede situarse en la línea
del famoso cuadrado (das Geviert) de M. Heidegger. Aquí como allí lo divino
incluye la totalidad (cielo y tierra, hombres y dioses; Padre y Madre, Espíritu
y mundo). Se disuelve al fin el proceso de la historia como creatividad y como
lugar de surgimiento de individuos libres; queda la totalidad sagrada de lo
eterno, permanente, como proceso ya realizado donde el esquema ternario de las
viejas religiones del proceso vital viene superado por un nuevo y más alto
paganismo de la cuaternidad donde todo está incluido.
Pues bien, en contra de eso juzgo que
resulta absolutamente necesario mantener el esquema trinitario de la revelación
cristiana. En contra de Jung, el esquema trinitario destaca la trascendencia de
Dios sobre la historia, resaltando, al mismo tiempo, la realidad de la historia
que se funda en la revelación de Dios. Precisamente dentro de esa historia
humana hallamos a María, la madre de Jesús. Por eso, ella no puede
interpretarse como elemento intradivino de la cuaternidad sacral, ella es, más
bien, una persona humana que, por gracia de Dios y por fidelidad propia, viene
a introducirse (como creatura) dentro del mismo despliegue histórico de la
Trinidad trascendente.
Pues bien, volvemos ahora al
cristianismo y precisamos lo que significa el hecho de que una mujer, María, se
encuentre estrechamente vinculada al misterio trinitario. En este fondo han de
hacerse dos afirmaciones que en un primer momento pueden parecer
contradictorias:
1.
Jesús-Hijo existe de algún modo sin María, en su
nivel de eternidad intradivina en relación de amor hacia Dios Padre, en la
unidad del mismo Espíritu.
2.
Dios ha querido que Jesús Hijo realice su misma
filiación eterna y trinitaria dentro de la historia, por medio de María. No es
una segunda filiación; no es un nuevo Hijo de Dios el que ahora nace. El mismo
Hijo divino, siempre eterno, nace ahora y por siempre de María. Esto significa
que María, siendo una mujer de nuestra historia, pertenece a la realización
histórica (económica) de la misma filiación eterna (inmanente) del Hijo de
Dios.
Esto es precisamente lo difícil, es lo
misterioso. Fácil sería decir que María es eterna, divina y, como tal, madre
del mismo Hijo de Dios, por siempre eterno. Fácil sería afirmar que ella es la
madre del Cristo temporal, como las otras madres de la tierra. Lo difícil,
plenamente paradójico, es aquello que ahora confesamos con la iglesia: Dios
Padre expresa y realiza históricamente, por medio de María, su paternidad
eterna; su propio Hijo eterno, intradivino, comienza a nacer en la historia y
nace para siempre por medio de María, de manera que el Espíritu de la
paternidad-filiación, que eternamente vincula al Padre con el Hijo, empieza a
vincularles ahora, en el tiempo de la historia, por medio de María.
Esto significa que la Trinidad económica
es la misma Trinidad inmanente, es decir, el mismo Dios eterno como proceso de
amor, encuentro primigenio y fundante de personas (Padre con el Hijo en el
Espíritu). Pero lo es de un modo nuevo: dentro de la historia. Eso significa
que eternidad (inmanencia) no es aquello que se opone a la historia (economía),
como se oponen y limitan realidades que están al mismo plano. Por definición,
la Trinidad inmanente es aquel misterio de amor intradivino que (existiendo en
sí, como principio de los tiempos) puede explicitarse y realizarse plenamente
dentro del tiempo, es decir, como Trinidad económica.
MARÍA:
TRINIDAD ECONÓMICA E INMANENTE
Pues bien, la posibilidad de realización
económica de la Trinidad inmanente se llama María. Ella pertenece al despliegue
temporal de la Trinidad eterna. Esto implica, a mi entender, tres grandes
consecuencias que condensaremos de un modo sencillo.
-
Dios
es trascendente con respecto a los procesos vitales, psicológicos del mundo.
Por eso, su misterio de vida no se puede explicar cómo la vida fundante
(padre-madre-hijo) que nosotros proyectamos hacia el plano más íntimo del
cosmos, en contra de la perspectiva religiosa ya indicada. Tampoco le podemos
entender como principio y meta de cuaternidad sagrada en la que todo vendría a
consistir, según otros autores. Siendo trascendente al mundo, Dios es inmanente
en sí mismo: tiene vida interna, sin necesidad de desplegarse o realizarse en
el proceso cósmico. Por eso, en sí mismo, Dios no es madre ni padre en sentido
masculino o femenino.
-
Dios
es personal, es comunión de personas en su misma vida eterna. Las posturas
anteriores tienden a entender la personalidad de Dios en relación al mundo, en
el proceso de despliegue y repliegue de este cosmos. Pues bien, desde el
momento en que nosotros descubrimos la autonomía de Dios como viviente, nos
vemos invitados (casi obligados) a expresar su personalidad intradivina en
forma de plenitud de amor o encuentro entre personas. Éste es un corolario que
deriva tanto del análisis de Dios (su autonomía interna) como del modo de
entender las creaturas (que aparecen como no divinas).
-
María
es creatura y es persona. Es creatura, pues deriva del Dios que es
trascendente; ella existe, en cuanto tal, fuera del misterio. Es persona en la
medida en que, surgiendo de Dios y dependiendo de Dios, viene a mantenerse en
pie, puede sostenerse a sí misma y decidir sobre el sentido de su vida, en
relación de diálogo y amor con lo divino (con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo). Sólo llega a ser persona aquella creatura que, asumiendo su propia
dependencia, se realiza, sin embargo, de manera libre, dialogando en forma
responsable con las personas trinitarias.
DIOS
PERSONAL, MARÍA PERSONA
Dios es personal en sí, no necesita de
los hombres o del mundo para serlo. Es personal como diálogo de ofrenda y
acogida, de llamada y de respuesta en comunión de amor del Padre, del Hijo y
del Espíritu. Ese Dios trinitario, realizando en sí la totalidad del ser, no es
excluyente ni egoísta. Todo lo contrario: quiere que en su propia plenitud haya
lugar para otros seres que participen de su propio encuentro de amor (o
felicidad), surgiendo así como personas.
Pues bien, la primera creatura que se
eleva y se realiza plenamente como persona (humana) al interior de ese misterio
trinitario, en referencia al Padre, Hijo y Espíritu Santo es María. En esta
perspectiva hemos de decir que Adán no es todavía plenamente persona, ni lo es
Eva, ni tampoco los judíos que caminan en línea de esperanza. Ellos se
encuentran en camino, no han llegado a ser personas en el pleno sentido
teológico del término, y sólo pueden serlo por el Cristo, que es persona
intradivina (Hijo de Dios) dentro de la historia.
En esa línea, la primera de todas las
personas que se hace plenamente humana, que decide su ser y se realiza en libertad
dentro de la historia, es María, la madre de Jesús. Ella es la primera que
entra en relación directa con el Padre, participando humanamente en su
paternidad divina, es la primera que ha vivido en comunión con el Hijo; es la
primera que se deja iluminar por el Espíritu.
Cristo es persona por ser Hijo de
Dios en nuestra historia; no es, por tanto, una persona humana, un nuevo
sujeto, un individuo autónomo y distinto que se eleva frente al Padre, el Hijo
y el Espíritu. Es el mismo amor-persona del Hijo de Dios que se vuelve
humanidad, que se hace historia, para realizar entre nosotros su misterio
eterno.
María, en cambio, es persona
porque, siendo una mujer de nuestra historia, creatura, vive en diálogo de amor
y libertad con el misterio trinitario. Por la tradición teológica sabemos
que el ser de la persona consiste precisamente en la capacidad de relación.
Pues bien, María es persona (estrictamente hablando, es la primera persona de
la humanidad) porque ella ha mantenido un diálogo de amor-ser con cada una de
las personas trinitarias, haciendo así posible que también nosotros lo tengamos
(a través de la encarnación del Hijo de Dios, que es su hijo).
Esto nos sitúa más allá de todos los
procesos vitales (ternarios) de este cosmos, más allá de todos los posibles
equilibrios (de cuaternidad) de nuestra mente. Esto nos lleva al centro de la
historia, precisamente hasta el lugar en donde Dios ha decidido fundar y
establecer su humanidad definitiva, a partir del nacimiento y de la cruz de
Jesucristo, el Hijo. Pues bien, precisamente allí encontramos a María, como la
primera persona de la historia. La primera persona de la Trinidad se llama
Padre, por ser fuente de amor de donde brota el Hijo, en el Espíritu.
Desde Jesús, Hijo encarnado, como
primera persona de los hombres, brota su madre, que es María; ella, siendo
humanidad creada, creatura libre, ha mantenido un diálogo de amor definitivo
con el Padre y el Hijo en el Espíritu, de esa forma ha abierto para todos los
hombres (incluido Adán y Eva) el camino de la vida personal, es decir, la
posibilidad de salvación definitiva.
CONCLUSIÓN:
MARÍA ¿FEMINIDAD TRINITARIA?
Estos elementos nos invitan a plantear
el tema, al menos de manera inicial y aproximada. Tres son, a mi juicio, los
modos en que puede plantearse este problema. Ellos dependen de la forma de
entender la Biblia y también de la manera de que nos enfrentemos con la vida.
Hay una lectura jerárquico-patriarcal que, quizá inconscientemente, ha definido
a Dios en forma de varón, tomando a la humanidad como mujer, su esposa.
Hay otra lectura igualitario-dualista
que toma a la mujer-varón como elementos del único misterio, distinguiéndolos
en forma complementaria. Hay, en fin, una lectura mesiánico-personalista que
interpreta la relación varón-mujer en clave de historia que pasa, como una
mediación temporal, mientras llega la plenitud del reino en que no existe ya
varón-mujer como diferentes por su sexo, sino como personas.
1.
La lectura jerárquico-patriarcal parece estar
fundada en una determinada interpretación de Gén 3,4-25: Dios creó primero a
Adán-varón y sólo después hizo surgir "de su costilla" a Eva, la
mujer, para "ayudarle" en la tarea de la vida y la reproducción.
Lógicamente, en todo el AT, Dios se viene a presentar como masculino, en
sentido patriarcal: es Padre que origina la vida y es Marido que cuida y
acaricia, desde arriba, a su mujer-amada. Fijemos bien el dato. En esta
perspectiva se entremezclan las funciones de Padre y de Marido, haciendo que
así surja una visión esponsal, asimétrica, de las relaciones religiosas; Dios
recibe forma-signo de varón y el pueblo entero es la mujer, su esposa.
En esta línea Dios mantiene los rasgos
patriarcales y, por mucho que se diga que no tiene sexo, viene a presentarse
con supuestos rasgos varoniles: es cabeza-fuente de vida, en un sentido creador
y activo. La mujer, en cambio, es creadora, pero sólo de un modo receptivo o,
casi mejor, pasivo: ella se deja amar, acoge; en ese aspecto, está representada
por María, que puede presentarse como signo de la feminidad maternal de Dios
que es el Espíritu Santo. Lógicamente, muchas mujeres se levantan y protestan
en contra de esta perspectiva, que acaba por segregarlas dentro de la sociedad.
2.
Hay una lectura igualitario-dualista: mujer y varón
son iguales y distintos, situados uno junto al otro, frente al otro, en
complementariedad libre y creadora. Ni el varón es el activo ni la mujer es la
pasiva; ni el varón es cabeza ni la mujer es cuerpo. Ambos son personas iguales,
que caminan y crean unidos, en diálogo fecundo.
Ésta es la
postura que deriva de Gén 1,27, en que se dice: "Creó Dios al hombre a su
imagen...: varón y mujer los creó". Es la postura que mejor refleja el
texto de la creación, en el paraíso: Eva no es ayuda en el sentido de inferior
o sometida; ella emerge frente a Adán, de igual a igual, en diálogo de
complementariedad creadora.
Ésta es la
visión que Jesús ha reasumido de manera libre y creadora en su evangelio cuando
alude al varón y la mujer creados ya desde el principio como iguales, uno para
el otro (cf. Mt 19,4-8). Varón y mujer conservan en igualdad sus diferencias y
son, en cuanto tales, signo del misterio de Dios. Esta visión se encuentra
cerca de eso que podríamos llamar el feminismo de la diferencia, siempre que se
entienda en forma de complementariedad no agresiva: varón y mujer son
diferentes, como polos de una humanidad dual; así reflejan la misma dualidad
divina.
Si el ser humano es definitivamente
varón-mujer, si esa diferencia reproduce el misterio más profundo de su
realidad, es lógico que el mismo Dios se deba revelar de dos maneras: como
varón, por Jesús-Hijo, que asume y eleva lo masculino de la humanidad; como
mujer, por María-Espíritu Santo, que asume y espiritualiza el aspecto femenino
de esa misma humanidad. De esa forma, en la unidad amorosa (no agresiva ni
guerrera) del varón y la mujer, de Jesús y de María, viene a realizarse la
redención definitiva.
3.
Hay una lectura
mesiánico-personalista. Es mesiánica porque asume con seriedad el hecho de
que en Cristo ya ha llegado el reino, la nueva creatura: las cosas no se pueden
seguir interpretando como si todo siguiera igual en este plano del varón-mujer
para los fieles de Jesús mesías. Es una postura personalista porque define al
hombre (varón-mujer) por aquello que logra ser, en un camino de realización (de
actividad y acogida) que le relaciona con Dios y con los otros. Ésta es, a mi
juicio, la línea que recoge mejor la novedad de la Escritura. Ciertamente, en
un plano, varón y mujer son distintos, pero, llegando hasta la hondura del
creyente, al nivel de bautizado, se supera la antigua diferencia: varones y
mujeres pueden vivir y convivir como cristianos, es decir, hombres mesiánicos.
Podrán casarse y
asumir la dualidad sexual como señal del gran misterio de la vida; pero ya no
se verán el uno como activo, el otro receptivo; ya no instaurarán por eso
diferencias sociales. Al llegar hasta la hondura de su ser no se definen más
como varón o mujer, sino como personas capaces de creer y realizar su vida en
libertad.
Pienso que en esta perspectiva de
la nueva creación en Cristo, donde ya no existen varones ni mujeres debe
situarse el ministerio de la iglesia y la visión de María en su apertura hacia
el misterio trinitario. Ella no es la Mujer, como creatura femenina
(pasiva-receptiva), que acoge en silencio la voz de un Dios trinitario
básicamente interpretado en forma masculina (Padre-Hijo). Ella no es tampoco el
Espíritu-mujer, relacionado en forma de complementariedad frente al Hijo-varón.
Esos simbolismos, que pueden admitirse en plano inicial como camino de
maduración de una humanidad todavía esclavizada por los elementos de este mundo
(cf. Gál 4,3), deben superarse cuando llega el nivel de lo mesiánico, es decir,
el surgimiento radical de la persona en su apertura al misterio trinitario.
Padre, Hijo y Espíritu Santo no se
pueden definir en términos sexuales de varón ni de mujer, aunque el simbolismo
de la historia haya fijado (temporalmente) los nombres masculinos para el Padre
y para el Hijo. Ellos se definen como encuentro de amor pleno donde cada uno da
todo su ser y recibe el ser del otro, de una forma que supera la unión de
padre-madre-hijo de la historia. Ciertamente, el Hijo de Dios se ha encarnado
en forma masculina, es decir, como varón, por exigencias de la situación social
de aquel momento. Pero ese Jesús, que es varón, no se define ya como varón
contra (frente a) la mujer, sino como persona radical de Hijo de Dios en forma
humana. Por eso, en la hondura de su amor y de su entrega quedan identificados
e igualados varones y mujeres, como ya hemos indicado.
En este aspecto, debemos afirmar que
Jesús no es asexuado en el nivel de carencia sino suprasexuado: realiza su amor
de tal manera que desborda el viejo plano de los sexos, en actitud de
generosidad paciente y creadora que se abre salvadoramente a todos los humanos.
Por eso Jesús no ha buscado una mujer que complemente femeninamente su
redención masculina. En ese aspecto no necesita ni siquiera de María. Jesús
resucitado se halla, según eso, en aquella culminación donde ya "no existe
varón ni mujer" (Gal 3, 28). María, en cambio, se ha encontrado en el
camino, lo mismo que nosotros. Por una parte es madre-mujer mientras sigue el
proceso de la historia: en esa perspectiva ha dialogado con Dios en la
anunciación, ha cuidado de Jesús y se mantiene como signo de maternidad dentro
de la iglesia (Jn 19,26-27). Pero, al mismo tiempo, ella es persona total, es
la primera persona de la nueva humanidad, como ya hemos indicado previamente;
en este sentido, ella no se define ya ni como mujer ni como varón, sino como
creyente en la profundidad de su apertura trinitaria.
(«Trinidad», Diccionario de Mariología, Paulinas,
Madrid 1988, 1903-1921).
Bibliografía
básica:
La
bibliografía sobre el tema se ha vuelto casi inabarcable en los últimos años.
Además de la citada para el número anterior, cf.
J. M. DELGADO VARELA, «Personalismo trinitario y mariológico», Acta congressus mariologici-mariani (Lisboa 1967), IV, Roma 1970, 191-232. SET, María y la Santísima Trinidad, Salamanca 1986.
J. M. DELGADO VARELA, «Personalismo trinitario y mariológico», Acta congressus mariologici-mariani (Lisboa 1967), IV, Roma 1970, 191-232. SET, María y la Santísima Trinidad, Salamanca 1986.
AAVV,
Mariología Fundamental, STrin, Salamanca 1995.
A.
ORTEGA, «María y la Trinidad», EstTrin 10 (1976) 229-284.
H. M. MANTEAU-BONAMY, «L'Esprit Saint, divine Mère du
Christ?, Et la Vierge conçut du Saint Esprit», Bulletin de la Societé Française
d'Etudes Mariales (1970) 18-22; María y el Espíritu Santo en el concilio
Vaticano II, EstTrin 19 (1985) 204-218.
L.
BOFF, El rostro materno de Dios, Paulinas, Madrid 1989.
S.
DE FIORES, La Santísima Trinidad misterio de vida. Experiencia trinitaria en
comunión con María, STrin, Salamanca 2002; María madre de Jesús, STrin,
Salamanca 2003.
A.
AMATO, María y la Trinidad: espiritualidad mariana y existencia cristiana,
STrin, Salamanca 2000; X. PIKAZA, «María y el Espíritu Santo», EstTin 15 (1981)
3-83; La Madre de Jesús. Introducción a la Mariología, Sígueme, Salamanca 1990,
229-338.
Para
una visión panorámica del tema, desde la perspectiva de la teología, cfr. S. DE
FIORES, María en la teología contemporánea, Sígueme, Salamanca 1991, donde se
pueden encontrar, valorados y bien organizados, los temas que siguen.
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