LA DIVERSIDAD DE IMÁGENES
DE IGLESIA
EN EL CRISTIANISMO
PRIMITIVO. Jürgen Roloff
Hemos de abandonar la imagen de que la Iglesia se desarrolló de forma
lineal y pautada a partir de Jesús hasta alcanzar la forma determinante que ha
llegado hasta nuestros días. La diversidad de modelos de comunidad existentes
al principio muestra más bien que la diferente auto-comprensión de los
creyentes, por un lado, y el entorno social, por otro, podía conducir a
soluciones diferentes. El tema del artículo es conocido, pero la presentación
es sintética y sugerente.
Selecciones de Teología 164 (junio 2002) 244-250. Publicación original
como: Kirche im Spannungsfeld gestaltender Kräfte. Die Vielfalt von Bildern der Kirche im
Urchristentum. «Bibel und Kirche» 56(2001) 203 211.
El análisis crítico de los testimonios del Nuevo Testamento contradice la
imagen tradicional según la cual Jesús mismo fundó la Iglesia y la dotó de
estructuras organizativas. Jesús de Nazaret no fue el fundador, sino el
fundamento de la Iglesia. Su mensaje y su actuación constituyeron el punto de
partida de unos acontecimientos que llevaron a la formación de la misma.
Los escritos de los primeros cristianos no transmiten una imagen unitaria
de los acontecimientos que llevaron a la formación de la Iglesia. Más bien nos
muestran una representación que contradice la creencia romántica del
crecimiento de una Iglesia, que nace de un embrión que contiene los pasos que
hay que seguir en el transcurso de todo su camino, presente entonces y futuro ahora.
En su lugar tenemos una serie de modelos diversos de Iglesia que coexistieron y
que, en algunos casos, compitieron unos con otros.
Esta multiplicidad no es, sin embargo, el producto de un crecimiento no
controlado, sin planificación alguna, sino que responde a la exigencia que se
impuso desde los comienzos del Cristianismo: para vivirlo auténticamente se
hacía necesaria una estructura de la comunidad que estuviese ligada a su
entorno social, y además, que el sentido de su misión correspondiese a una
situación específica, en un marco concreto.
PARADIGMA
Los discípulos de Jesús forman una Comunidad de servicio en señal del Reino
de Dios que se acerca. Como punto de partida, tenemos la constitución de la
comunidad postpascual de discípulos, no ya como medida o regla de un modelo
primitivo de Iglesia, sino como magnitud que dio muchos y variados impulsos al
desarrollo posterior.
En el anuncio del inicio del Reino de Dios proclamado por Jesús, fue
determinante la relación entre el Reino de Dios y el Pueblo de Dios. Este
pueblo era Israel. La comunidad de los últimos tiempos que Jesús se esforzó en
reunir tenía que realizar nuclearmente el pueblo de las doce tribus. Una figura
lo hace patente: los doce hombres a los que llamó, como núcleo de su grupo de seguidores.
En unos tiempos en los que de las doce tribus primitivas quedaban escasamente
dos, cobró un valor simbólico muy importante, como señal del plan de Dios, la
aparición de doce hombres a su alrededor que simbolizaban la restitución de las
doce tribus. La fuerza simbólica de este número en la sociedad del momento es
indudable, aunque los doce no eran más que una pequeña parte de sus numerosos
seguidores.
La denominación de discípulo para nombrar a sus seguidores dice poco acerca
de su naturaleza y de su estructura. Eran discípulos y Jesús era el maestro,
pero se desmarcaba claramente de la figura de un Rabí. La función principal de
los discípulos era colaborar con la misión de Jesús, hacer presente en Israel
la cercanía del Reino de Dios (Mc 3,14).
El movimiento de Jesús se parecía externamente al de los filósofos cínicos
de la época que, con sus seguidores, recorrían las tierras criticando las
formas sociales vigentes. Pero el movimiento de Jesús no era un movimiento de
protesta, sino que se fundaba en motivaciones profético escatológicas. En
determinados aspectos se relacionaba con algunos de los primeros profetas de
Israel, ya que invitó a sus discípulos a abandonar las formas sociales
establecidas para seguirle en su misión divina (1R 19,19 21), conformando una
comunidad de servicio y destino con él en señal de la cercanía del Reino de
Dios (Mc 1, 16 20).
Sus seguidores pertenecían, pues, a un círculo abierto con múltiples
posibilidades. No sólo estaba constituido por hombres, sino también por mujeres.
No sólo lo formaban los que vivían dentro del círculo, según las leyes del
Reino de Dios, sino también aquellos que podríamos denominar
"simpatizantes", que proporcionaban dinero, comida, alojamiento...
Así cada uno hallaba su propio sitio: en la parte más alejada del núcleo o en
la más cercana, según su propio criterio y como muestra de la comprensión del
Reino de Dios como un espacio de libertad.
Modelo I: LOS MENSAJEROS CARISMÁTICOS DE LA RESURRECCIÓN
En primer lugar, nos encontramos con un grupo que podríamos denominar
"misioneros itinerantes", que actuaban en Galilea y Siria en los
primeros años después de la muerte de Jesús, y que se pueden considerar como un
primer modelo de Iglesia primitiva por sus conexiones con la comunidad de discípulos.
Se trataba de carismáticos itinerantes que llevaban una existencia marcada por
la cercanía del Reino de Dios, quienes lo dejaban todo por seguir su labor
misionera, presentando a Jesús como el legítimo portador del mensaje mesiánico.
La huella más clara de este grupo es la llamada "Fuentes de dichos o
sentencias (Q)", que es una colección de dichos de Jesús utilizada por los
evangelios de Mt y Lc. No se trata de "escrituras sagradas" para la
comunidad propiamente este círculo no constituía una comunidad, sino que era
como un manual del misionero, que contenía materiales para la predicación y un
conjunto de instrucciones para el servicio de los itinerantes (Lc 10,1 12; Mt
10,7 16). Estas instrucciones contienen una impresión directa del estilo de
este círculo: cómo debían ir vestidos al moverse de un lado a otro, sin dinero
ni provisiones. No podían llevar nada (Lc 10,4), e incluso debían mostrar
externamente que su servicio al Reino de Dios no les hacía menester de ningún
tipo de seguridad, y no sólo se dedicaban a la tarea del anuncio sino también a
la curación de enfermos. Además, debían tener cuidado de no ser confundidos con
los charlatanes y curanderos que existían en aquellos momentos.
Por su comportamiento y el de las personas de las casas que los acogían,
podemos constatar las diferencias entre aquellos seguidores más radicales de
Jesús, en el círculo más estrecho, y aquellos otros que denominamos
"simpatizantes", que seguían las enseñanzas de Jesús, pero sin llegar
a adquirir la forma de vida de los radicales. Entre las diversas "casas de
acogida" es muy improbable que hubiera enlace institucional. Es más
probable que mantuvieran contacto con las comunidades judías y sus sinagogas.
El radicalismo "itinerante" desapareció entre los siglos I y II,
pero es una herencia que la Iglesia ha mantenido y que ha aparecido de vez en
cuando, como una exigencia interpelante y renovadora para la
"normalidad" eclesial.
Modelo II: JERUSALÉN LUGAR DE REUNIÓN DEL PUEBLO DE DIOS
Al mismo tiempo que se desarrollaba el modelo anterior (galileo), se creó
un nuevo modelo enlazado a un punto geográfico: Jerusalén, la ciudad santa de
Israel. Allí volvió el círculo de los doce, guiados por Pedro, una vez ya se
había aparecido Jesús resucitado en Galilea y había sido revelado como el Señor
hasta fin de los tiempos, por la acción de Dios. Y es su carácter de ciudad
santa lo que justifica la vuelta de los discípulos, incluso siendo como era el
lugar donde se encontraban los enemigos de Jesús.
Los doce interpretaron la resurrección de Jesús como la señal del inicio
del fin de los tiempos, y esperaban que en Jerusalén se llevase a cabo la
reunificaci6n de las doce tribus de Israel. Y como era aquí donde se debía
consumar su misión, llegaron a Jerusalén en peregrinación durante la fiesta de
Pentecostés, la que se celebraba después de la Pasión de Jesús (Hechos 2).
Para la comunidad primitiva de Jerusalén, el tema de la Reunión del Pueblo
de Dios era el factor institucionalizador determinante y fue siempre, mientras
existió, el programa teológico que la caracterizó. Ahora bien, el término
"comunidad primitiva" puede llevar a confusión, pues no era el modelo
que había que seguir por las siguientes comunidades que se formaron. Era más
bien, desde su auto comprensión, un modelo único, porque era especial el
significado teológico de Jerusalén como punto central del fenómeno del fin de
los tiempos asociado al pueblo de Dios. Por ello no consideró que tuviese la
tarea de anuncio misionero hacia fuera, sino más bien la de testigo en aquel lugar.
Con la desaparición de las tensiones escatológicas de los comienzos,
Jerusalén se fue concibiendo como centro y lugar de referencia para la
expansión de la Iglesia. Todo ello legitimado por la posición central de la
ciudad santa, así como por unos dirigentes de gran autoridad como fueron
"los tres pilares": Santiago, Kefas (Pedro) y Juan (Gálatas 2,9) y,
finalmente, por el hermano de Jesús, Santiago, hasta su martirio. La posición
de todos estos hombres se fundamentó en su llamada por el Resucitado a ser
apóstoles. Fueron los portadores de la tradición y los guías de la Iglesia que
autorizaban la misión de Jesús (1 Corintios 15,5 8). Como tales, tuvieron un
significado que va más allá del lugar geográfico.
Esta organización tenía, además, estructuras tomadas de la tradición judía.
Los denominados "presbíteros" (junto con "los tres pilares"
y los apóstoles cf. Hechos 15,4.6) tenían la tarea de dirigentes. Esta
estructura, es un reflejo de la tradición de las sinagogas, cuyos
"presbíteros" eran personas maduras y con un lugar preeminente en la
estructura social además de ser sus dirigentes. No eran escogidos por sus
conocimientos teológicos o por sus calificaciones morales, sino por su
prestigio y, de esta forma, eran dignos representantes de las mismas hacia
fuera. La comunidad primitiva buscaba en sus "presbíteros" unas
funciones similares. Dicha "comunidad primitiva" mantuvo su lugar
preeminente por lo menos hasta la muerte de Santiago, ya que incluso Pablo, que
desarrolló un modelo de Iglesia diferente a la de Jerusalén, fue a ver a
Santiago con una delegación de gentiles para hacer entrega de una colecta
(Gálatas 2, 10), acordada en la asamblea apostólica de Jerusalén (Hechos 15).
Era un signo de comunión. De esta forma las comunidades paulinas formaban parte
del pueblo de Dios en el mundo entero, gracias a su comunión con Jerusalén, el
centro del pueblo de Dios.
Con la destrucción de la "comunidad primitiva" del año 70, no
desapareció el trazo eclesial de un modelo de Iglesia que estaba en el punto central.
Antioquía destacó, a comienzos del siglo II, como centro de la provincia de
Asia y con su sede episcopal reivindicó una autoridad más allá de sus límites
geográficos. Y ya a mitad del siglo II, fue la Iglesia de Roma la que, basada
en su ubicación central, fundó y reivindicó la autoridad eclesial para todas
las iglesias.
Modelo III: COMUNIDAD DE CONOCIMIENTO DIRIGIDA POR EL ESPÍRITU
Los escritos de Juan, su evangelio y sus tres cartas nos trasladan a un
mundo totalmente diferente. Múltiples indicios de la investigación exegética
nos llevan a la conclusión de que estamos ante grupos cristianos que tenían una
base literaria, de lenguaje y de pensamiento propios y distintos.
A pesar de que hay muchos puntos que clarificar y que no tenemos indicios
claros de dónde hay que situar esta tradición, podemos decir que este grupo
tenía la estructura de una escuela impregnada del espíritu profético. Se
trataba de una reunión de sus miembros en torno a una figura de maestro, que
mostraba con libertad una explicación propia de la historia de Jesús. Dicho
maestro reclamaba conocer y entender mejor el mensaje de Jesús que los
portadores oficiales de la tradición, e incluso que Pedro. Esta figura es la
que se esconde tras la imagen del "discípulo amado" que aparece en
lugares clave del cuarto evangelio (p.ej. Juan 13,23 25; 21,20 23). Ser amado
por Jesús quería decir encontrarse cerca de Él, y ello sólo era concedido por
el Espíritu de Dios. Es decir, era el Espíritu el encargado de conferir dicha
proximidad. El Espíritu era el continuador de Jesús y quien tenía que
transmitir la verdad a sus miembros (Juan 16,13ss). Con lo que el grupo de Juan
propugnaba profundizar en el conocimiento de Jesús a través de la acción del
espíritu profético.
El trazo individualista es inequívoco. Así como todo sarmiento está ligado
a su vid, así lo está todo creyente con Cristo (Juan 15,1 8). Jesús, el buen
pastor conoce a cada una de las ovejas y ellas le conocen a Él (Juan 10,4). Así
también es al creyente a quien se promete la vida eterna (Juan 6,53) y la
comunión (Juan 6,56). Ahora bien, en los escritos de Juan se echa de menos la
consideración de la Iglesia como pueblo de Dios, su constitución y su
estructura. La comunión de los creyentes no desaparece, pero es algo
secundario: porque los creyentes están unidos con Cristo, por ello están unidos
entre sí por el amor fraternal (Juan 15,12). La Iglesia era para Juan la
"Comunión de los amigos de Jesús", que también son amigos entre sí (Juan
15, 15).
Sin duda la dimensión misionera experimenta aquí un retroceso. El factor
institucional de Juan es, pues, la profundización individual en el conocimiento
de Cristo y la salvación, lo que conlleva un elitismo de base esotérica que
comporta el atractivo y, al mismo tiempo, la problemática del modelo joánico.
Modelo IV: REUNIÓN DE LOS CREYENTES COMO "CUERPO DE CRISTO"
Hacia mediados del siglo I d.C. aparecen dos factores que van a cambiar la
autocomprensión cristiana y su imagen externa:
̵
La fe cristiana se abrió al resto de pueblos del mundo, sin que fuesen éstos miembros del pueblo de Dios, Israel;
̵
También se produjo el paso del campo a la ciudad, pasando el Cristianismo a ser religión de las ciudades. El Cristianismo
ganó rápidamente adeptos en las grandes metrópolis del Imperio Romano, desde
Antioquía hacia el Oeste, donde los judíos eran una minoría que no mantenían ya
los lazos de unión con las comunidades sinagogales. De aquí que los nuevos
grupos de cristianos, tan heterogéneos, buscasen formas y lugares que les
ofrecieran la pertenencia a un grupo social determinado.
De aquí que se encontrara atractivo el adoptar modelos colectivos antiguos,
en los que Dios era erigido en patrón, en honor del cual se celebraban con
regularidad determinadas comidas festivas, y que se podían celebrar o bien en
lugares sagrados o bien en domicilios privados. En este segundo caso, los
propietarios de las casas pasaban a ocupar un lugar preeminente. Tales
celebraciones se realizaron por los cristianos como formas de reunión, como
sabemos por la primera carta de Pablo a los Corintios y podemos suponer para
otras ciudades.
Pablo no cuestionó dichas celebraciones, sino que buscó crear un modelo a
partir de ellas, teniendo como base la fe cristiana, una fuerza irresistible en
su constitución como comunidad. Este modelo decía: "la Iglesia es toda
comunidad situada en la mesa del Señor", y allí recibían todos los hombres
(independientemente de su condición) el "cuerpo de Cristo". Con ello
pasaban a formar parte de una comunidad unida por el pan, como cuerpo de Cristo,
y siendo parte del mismo. La Iglesia está, por tanto, constituida en la
comunidad de servicio y vida que le viene por el servicio religioso
eucarístico, confiriéndole así a través del hecho cristiano una estructura
social. El Cristo vivo muestra su grandiosidad en la historia presente a través
de la hermandad de sus miembros (1 Corintios 12,12 27).
De este modelo de Pablo, extraemos tres consecuencias:
1.
La primera es que la reunión eucarística es el
evento central para la existencia de la Iglesia. "Iglesia"
está presente allá donde acuden los cristianos a escuchar la Palabra y a
participar de la eucaristía en la mesa del Señor, y es aquí donde, para Pablo,
toma la Iglesia su forma histórica.
2.
Iglesia es, en este modelo, una realidad prioritariamente relacionada
con un lugar. Es lo que tenemos cuando el propio Pablo habla de
Iglesia: no pierde de vista el sitio concreto donde se realizan las reuniones
de creyentes. La Iglesia se hace realidad viviente mediante la actuación del
Cristo viviente. La comprensión de la Iglesia como pueblo de Dios no
desaparece, pero queda subordinada al concepto de cuerpo de Cristo. Es por ello
que no se han de dar grupos locales. Donde, como en Corinto, existen diversas
comunidades familiares, Pablo establece que, además de las comunidades
existentes, debe de haber lugares de comunión eucarística que hagan visible la
unidad en cada lugar (1 Corintios 14,23). 3).
3.
Y, finalmente, se crea en las comunidades
de Pablo un sistema de oficiantes que dirigen a la comunidad, siendo el
epíscopo, que preside la reunión eucarística, el responsable de la dirección de
las comunidades locales, a quien ayudaban los diáconos en tareas caritativas y
organizativas (Filipenses 1, 1).
Modelo V: LA CASA DE DIOS ORGANIZADA DE FORMA PATRIARCAL
El modelo de Iglesia propugnado por Pablo se impuso en comunidades
mayoritariamente de miembros no judíos. Aunque básicamente se mantuvo, sufrió
múltiples cambios adaptados a los nuevos tiempos y a las nuevas realidades que
le tocaba vivir. Por una parte, el retraso de la Parusía impuso un enfoque de
futuro. Pero, además, hay que tener en cuenta que, poco a poco, fueron
desapareciendo todos los testigos y representantes de las comunidades
cristianas primitivas. Además aparecieron movimientos gnósticos que creaban inseguridad
en las comunidades, y se consideró como inviable la continuidad del modelo de
Iglesia atada a un lugar en relación con las formas de vida de la sociedad
helenístico romana.
Se produjeron impulsos institucionalizadores (que tenemos plasmados en las
llamadas cartas pastorales y en la carta a los Efesios) que propugnaron un
modelo de Iglesia paulino, pero con tantos cambios, que no nos queda más
remedio que hablar de un nuevo paradigma.
La característica principal es la orientación hacia la figura patriarcal de
las instituciones de la antigüedad. La comunidad aparece como la "Casa de
Dios" (1 Timoteo 3,15), en el sentido de una gran familia, con derechos y
competencias de los miembros. La estructura jerárquica es claramente de arriba
abajo. Arriba del todo aparece la figura del epíscopo, que es el responsable y
que tiene el papel de Padre de la casa (1 Tm 3,4). Es el representante de la
comunidad hacia fuera y vigila el orden en su interior. Por debajo de él, se
encuentra la figura del diácono (1 Tm 3,8 13) y en un escalafón más inferior
aparecen las mujeres a quienes se les retira toda posibilidad de pertenecer
activamente a la comunidad (1 Tm 2,9 15).
El factor central de la vida en comunidad ya no es el comportamiento
cristiano de los creyentes entre sí, sino el comportamiento de los dirigentes
de la comunidad hacia ellos. Se introduce la figura de los cargos oficiales de
las comunidades, habilitados por Cristo, no directamente, sino por sus
apóstoles, como sucesores de Él y que recibieron el encargo de edificar la
Iglesia de Cristo. Los cargos oficiales deben regirse por las normas
establecidas por los apóstoles y las comunidades que siguen el modelo de Pablo,
por las normas establecidas por éste.
La sucesión apostólica es difícil de entender en el sentido de mostrar una
continuidad histórica externa: se trata de una correspondencia interna,
mediante la cual se muestra la ininterrumpida continuidad de la Iglesia
entendida desde sus inicios.
Este modelo patriarcal de Iglesia no es la cima a la que conducen las
líneas de la eclesiología neotestamentaria. Es demasiado unilateral. Pero
tampoco se puede considerar una apostasía de la imagen inicial de la Iglesia.
Es un intento de solventar ciertos problemas y de reestructurarlos de forma
institucional. Si lo ha conseguido y hasta dónde, es una cuestión que, supuesto
su influjo en la historia de la Iglesia, pide urgentemente un debate.
Tradujo y condensó: Ana RUBIO.
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