« T E O L O G Í A
C U Á N T I C A. Diarmuid O'MURCHU
Implicaciones espirituales
de la nueva
física »
Guayaquil,
enero de 2015. PR.
CONTENIDO
-
Introducción
-
Índice del libro
-
Presentación
-
Los 12 principios
de la teología cuántica
INTRODUCCIÓN
«Un error sobre las
cosas del mundo, repercute en un error respecto a Dios», así lo repite varias
veces Tomás de Aquino a lo largo de sus obras. Si conocemos mal o si
interpretamos erradamente la realidad del cosmos, no nos haremos una idea cabal
del Misterio Amoroso que es su origen fontal.
Es verdad que desde
el siglo XVI asistimos a una «revolución científica» que nos ha dado una idea
muy diferente del cosmos en el que habitamos. Pero la física quántica ha
desbordado toda imaginación: aun los conceptos más básicos (de masa, espacio,
tiempo, velocidad...) han de ser reformulados después de Einstein. La física
cuántica rompe toda nuestra lógica clásica. El mundo, la realidad, la materia,
la vida... son otra cosa que lo que pensábamos. Estábamos llenos de errores
sobre el mundo... lo que ha tenido que repercutir en nuestra imagen de Dios.
O'Murchu, teólogo
irlandés, misionero del Sagrado Corazón, incursiona como pionero en la
exploración de las tremendas «implicaciones espirituales» y teológicas con que
nos desafía la física cuántica». Este libro nos invita a compartir este viaje
fascinante.
Título
original: ‘Quantum Theology. Spiritual Implications of the New
Physics’, de Orbis Books, NY, EEUU, 2004.
247 páginas. Precio: 9'5 dólares.
Pedidos: directamente por correo-e a la Editorial Abya Yala, Quito,
o por internet en: www.abyayala.org - Colección «Tiempo axial», libro 17 - http://tiempoaxial.org
Í N D I C E
D E L L I B R O.
Presentación de la Teología Cuántica (ver más adelante)……………….......9
Introducción del autor...................
..............................................................17
Primera
parte: LA INVITACIÓN...............................................................18
1. Está usted
invitado.......................................................................................21
2. ¿Qué entendemos por
teología?...................................................................25
3. ¿De qué trata la teoría
cuántica?..................................................................42
Segunda
parte: LA DANZA..........................................................................61
4. Energía, movimiento y
ritmo.......................................................................62
5. Todos y
partes.............................................................................................76
Tercera
parte: LA RELACIÓN...................................................................86
6. El horizonte de
pertenencia.........................................................................87
7. Más allá de nuestro
aislamiento................................................................102
CUARTA
parte: La narración...................................................................116
8. En el
principio...........................................................................................117
9. Los relatos general
sentido........................................................................134
Quinta
parte: LA SOMBRA......................................................................146
10. Abrazando la
oscuridad...........................................................................147
11. Integrando la sombra...............................................................................162
Sexta parte:
LA LUZ...................................................................................179
12. La búsqueda de la
iluminación................................................................180
13. Tendiendo hacia la
infinitud....................................................................193
Séptima
parte: EL FUTURO......................................................................205
14. La promesa y el
peligro...........................................................................206
15. No hay mayor
amor.................................................................................216
¿El poder del amor o el amor del
poder?......................................................217
Apéndice 1: Principios de teología cuántica (ver más adelante)................227
Apéndice 2: Hacer teología en el continuum
espacio-tiempo....................233
Bibliografía..................................................................................................237
PRESENTACIÓN
DE LA TEOLOGÍA
CUÁNTICA en la colección Tiempo
Axial.
“Un error sobre las cosas de este mundo redunda en un
error sobre Dios”, Sto. Tomás de Aquino.
Así lo dice santo
Tomás de Aquino, varias veces a lo largo de su obra, como tratándose de un
principio epistemológico al que vio obligado a recurrir con frecuencia. Si nos
equivocamos en la comprensión de la naturaleza del mundo que nos rodea, nos
vamos a equivocar en lo que pensemos de Dios o sobre Dios. Ya mucho antes
Platón había dicho que el mundo es «una carta que los dioses han dirigido a la
humanidad»... Leyendo el mundo, leemos el mensaje de los dioses...; si
confundimos las letras de esa carta, si malentendemos las expresiones de la
naturaleza, captaremos mal el mensaje, los mismos dioses resultarán
malinterpretados.
También san Agustín
dijo algo semejante: que Dios escribió dos libros –no sólo uno– y que el
primero de ellos no fue la Biblia, sino el libro de la Realidad, del mundo, el
cosmos... Sólo luego escribió la Biblia... precisamente para ayudarnos a
habérnoslas con el primer libro, con la Realidad del mundo, su más genuino y
completo mensaje. San Juan de la Cruz tiene también algo que ver con esto
cuando dice aquello de que «Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con
presura, y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de hermosura».
La belleza de las criaturas refleja la belleza de Dios, procede de él y por eso
nos habla de él, nos habla de él... Si la captamos mal, o simplemente no la
captamos, no estaremos percibiendo correctamente ese paso de Dios por las
criaturas.
Todo ello viene a
cuento de querer decir que conocer el mundo, captarlo correctamente, sin
errores, e interpretarlo adecuadamente, no es un asunto... de ciencias
naturales, o simplemente «mundano»; en ese conocimiento nos jugamos también en
parte el conocimiento de Dios. Porque nuestra imagen de Dios la formamos
(también) a partir de lo que interpretamos que es su obra.
El origen de nuestro conocimiento y su evolución
Pues bien, estamos en
una etapa de la historia humana caracterizada por el avance exponencial de los
conocimientos. La humanidad lleva cuatro siglos está descubriendo muchas cosas
nuevas sobre el mundo, que como contrapartida, desbancan conocimientos clásicos
que se han venido a evidenciar como erróneos. Hemos estado equivocados, muy
equivocados, y no sólo sobre detalles, sino sobre los fundamentos mismos de la
interpretación del cosmos.
Durante decenas de
miles de años, los homo sapiens hemos vivido en este planeta alimentados
sólo por las informaciones primarias de nuestros sentidos y de nuestras
intuiciones. Sin herramientas para el conocimiento, ha sido sin ellas como, muy
laboriosamente, el ser humano ha ido construyendo su imagen del mundo y
también, sobre esa misma base tan deficiente, hemos ido construyendo nuestra
imagen de Dios. La imaginación, la fantasía, la intuición -las más poderosas
fuerzas a nuestra disposición- han puesto de su parte todo lo posible para suplir
nuestra ignorancia respecto al cosmos, para compensar nuestra falta de un
conocimiento más profundo, cuando no éramos todavía capaces de desarrollar la
ciencia. Los mitos, las creencias, las elaboraciones religiosas, con todas sus
limitaciones e ignorancias -también con sus intuiciones geniales,
inexplicables-, nos sirvieron para hacernos una idea de nosotros mismos, del
mundo, y de la divinidad.
A partir del
Renacimiento, con el método experimental, comenzó la que llamamos «revolución
científica» y con ella la era de los descubrimientos científicos. Estos cuatro
siglos han sido una carrera acelerada de acumulación de conocimientos, de la
que ha ido emergiendo una nueva visión del mundo, ahora «científica»,
demostrable, dejando a un lado la fantasía, el mito, la simple intuición... o
las «autoridades» de la filosofía o de la religión. El desarrollo decimos que
ha sido casi exponencial. La cantidad de conocimientos acumulados comenzó a
duplicarse muy lentamente, necesitando milenios primero, luego sólo siglos, más
tarde décadas... y hoy día se suele decir que se duplican en menos de 5 años,
de manera que cuando un muchacho termina su carrera de estudios de 5 años,
buena parte de los conocimientos que ha recibido en ella ya han sido superados,
y quizá están obsoletos.
Esa creciente
acumulación de conocimientos no es meramente lineal, sino que experimenta de
vez en cuando saltos cualitativos que significan un cambio radical en el
ordenamiento mismo del conjunto de los datos, no sólo en su acumulación
cuantitativa. Son las «revoluciones científicas», de las que ha hablado
magistralmente Thomas Kuhn: momentos en los que no sólo crece el conocimiento,
sino que, sobre todo, se reconfigura, replantea internamente su estructura,
abandona por obsoletos muchos conocimientos que hasta entonces tenía por
fundamentales e indubitables.
Kuhn dice que cuando
esto ocurre, cuando los científicos captan un «nuevo paradigma» y abandonan el
viejo con el que hasta entonces se orientaban, entran en un mundo nuevo. Lo
mismo nos pasa a nosotros. Los datos elementales del mundo que estaban a
nuestra disposición, siguen ahí, pero, al haber cambiado el marco mismo dentro
del cual los interpretamos -el paradigma-, ahora nos significan otra cosa. Con
una nueva «visión» en la cabeza, con un nuevo paradigma, viendo el mismo mundo
de antes, los científicos «ven ahora cosas que nunca habían visto»; es decir,
ven los mismos fenómenos que veían antes, pero ahora se dan cuenta de que son
otra cosa diferente de la que antes creíamos que significaban, por eso, les
parece «estar en un mundo nuevo»...
La «revolución científica» de la física cuántica
Uno de esos saltos
cualitativos radicales en la historia de la ciencia ha sido el que ha supuesto,
todavía no hace un siglo, la «física cuántica». Ha supuesto una conmoción que
obliga a replantear total y radicalmente todos nuestros conceptos
tradicionales. Viejas categorías, supuestos incuestionables, primeros
principios del conocimiento que se tenían por axiomas indemostrables, por
evidentes, han quedado descalificados, y obsoletos.
Una nueva forma de
mirar lo ha invadido todo. Después de Einstein los conceptos más elementales y
básicos, como espacio, tiempo, masa, velocidad, energía... han de ser
replanteados: ya no se puede seguir hablando con aquellas categorías, que ahora
ya no tienen sentido, y no responden a los conocimientos actuales.
Diríamos que la
física cuántica no ha sido la única que ha planteado la necesidad de una nueva
visión: también lo han hecho la biología, la astrofísica, la nueva cosmología y
la Nueva Ciencia en general. Diarmuid O'Murchu suele decir que es la Nueva
Cosmología lo que más está haciendo cambiar la «visión» de la humanidad... Pero
sí ha sido la física cuántica la que plantea esta transformación con una
radicalidad mayor, hasta el punto de dejarnos inermes, despojados de toda
lógica. Decía Heisenberg que si alguien dice que ha entendido la física
cuántica, ésa es la prueba más clara de que no la ha entendido; la física
cuántica nos resulta ininteligible porque rompe las reglas de la lógica
tradicional incuestionable con la que siempre hemos funcionado y todavía
funcionamos. Está en un nivel diferente, donde nuestra lógica habitual ya no
rige.
Una nueva visión del cosmos
En su libro, O'Murchu
destaca muchos de estos desconcertantes «descubrimientos» que aporta la física
cuántica y cambian radicalmente la visión que milenariamente hemos tenido. Así,
por ejemplo: Teología cuántica en la colección Tiempo Axial
-
A pesar de su
aparente consistencia y su carácter macizo, la realidad, los objetos que nos
rodean, y nosotros mismos, somos fundamentalmente vacío...; entre las
partículas subatómicas, la proporción de vacío que «llena» sus distancias es
inmensa; si fuéramos «compactados» eliminando esa distancia, la masa maciza de
una persona ocuparía apenas décimas de milímetros cúbicos.
-
La materia la
hemos entendido tradicionalmente como esa parte menos noble de la realidad,
como la ganga del cosmos, algo sin vida, puramente pasivo, estéril... La
filosofía, la teología y a espiritualidad están invadidas por esa visión de la
materia. La física cuántica nos dice que ese concepto está totalmente errado.
«Esa materia no existe», dice O'Murchu. La materia real no es eso. Nada hay en
el universo que responda a ese concepto. Mientras continuemos pensando y
hablando de la materia de este mundo en ese sentido, sin corregir drásticamente
el concepto que está detrás de ese vocablo, estaremos auto-engañándonos,
viéndonos en un mundo que no es el real. Lo que creyeron ver las religiones y
las filosofías –incluido Platón– ha sido un espejismo, o lo continúa siendo.
-
La materia es
energía, que brota de una «sopa cuántica» que subyace -o que desde dentro hace
consistir- a las cosas, a toda la realidad, en todos sus niveles... La materia
es sólo uno de los estados de la energía en la que todo consiste. Por eso la
materia es fuerza, tiende -bajo determinadas condiciones-, a la
auto-organización informada, a la autopoiesis, es germinadora de la vida... y
de la mente y del espíritu... Éstos, la vida, la mente, el espíritu, no son
«inmateriales», ni «sobrenaturales», ni de otro mundo...
-
No estamos en un
«cosmos», como siempre pensamos, sino en un caos, lo cual no es algo negativo,
como también pensábamos, sino enteramente positivo: la energía, la vitalidad,
la vida... es caótica. El caos es su forma propia de ser, de evolucionar, de
crear órdenes nuevos...
-
Tampoco estamos
en el cosmos, sino en una cosmogénesis, esencial y universalmente evolutivo.
Esa imagen fixista que hemos tenido del mundo, como estático, como creado por
Dios directamente como está, tal como lo vemos, fijo en sus especies... ha sido
un error garrafal; nos ha confundido lamentablemente. Nada de lo que vemos fue
puesto ahí por Dios como nosotros lo vemos. Dios no hizo el mundo como lo
vemos–, sino que es el resultado de una evolución en la que confluyen un sinfín
de factores incontrolables, interdependientes...
-
El mundo no tiene
6000 años, como hemos estado pensando hasta prácticamente el siglo XX -basados
precisamente en la «Palabra de Dios» de la Biblia, sino poco más de trece mil
setecientos millones de años...
Repercusiones religiosas del nuevo relato cósmico
Estamos pues ante un
mundo radicalmente diferente de aquel en el que vivieron nuestros ancestros,
hasta nuestros padres, y en el que viven todavía muchos de nuestros
contemporáneos desapercibidos. La ciencia nos está dando una «visión»
totalmente nueva. Con ella, también a nosotros nos parece «estar en un mundo
nuevo». Viendo la misma realidad, estamos viendo cosas muy diferentes a las que
vieron nuestros antepasados o veíamos nosotros hace sólo unos años, muy
diferentes también de las que siguen viendo muchas personas con la antigua
visión...
Las letras y palabras
de esa «carta de los dioses» que Platón dijo que era el mundo, o las páginas de
ese «primer libro que Dios escribió» al decir de Agustín, aun siendo las mismas
que leían nuestros abuelos, hoy nos pasan a nosotros otro «mensaje de los
dioses», una Palabra de Dios diferente de la que leyeron nuestros
antepasados...
Como dijimos más arriba,
Santo Tomás diría sin duda que los errores, los puntos ciegos, todo lo que
habíamos leído mal en aquella «carta de los dioses» o en ese «primer libro de
Dios», tuvo que repercutir en un error acerca de Dios... Al ayudarnos a ver el
mundo de otra forma, nos ayuda también a renovar nuestra imagen de Dios, de su
proyecto, y de su relación con el mundo. Por ejemplo:
-
Este cosmos no
parece estar hecho para nosotros. Durante toda nuestra historia hemos pensado
que el mundo fue creado por Dios precisamente para ponernos a nosotros en él, y
que todo, pues, giraba en torno a nosotros, que éramos el sentido del mundo.
Hoy la ciencia nos revela que no es así, que este mundo no parece haber sido
hecho para nosotros, que tiene su propio dinamismo y sigue su propio camino al
margen nuestro; que el cosmos no gira en torno a nosotros: ni estamos en el
centro, si somos su centro, ni el mundo necesita de nosotros... Aquí cae al
suelo el «antropocentrismo», el ser humano como medida de todas las cosas, el
carácter absoluto de la persona humana... Fue Lynn White quien dijo que el
cristianismo es «la religión más antropocéntrica de todas»...
-
Las dimensiones,
la complejidad, la dinámica interna de este cosmos tampoco parecen deberse a la
finalidad religiosa que le habíamos atribuido, la de servir de escenario a una
«Historia humano-divina de Salvación»... La visión de la Nueva Cosmología no se
compadece bien con la interpretación religiosa de la finalidad del cosmos... A
partir de la Nueva Cosmología, el mensaje central del relato religioso
-elaborado en tiempo de otra cosmología- parece desubicado, o francamente
incorrecto.
-
No somos los
«hijos de Dios creados a imagen y semejanza de Dios» y a desemejanza de todo lo
demás... No somos la especie dueña del planeta y del cosmos (concepción que hoy
se llama «especismo»). El nuevo relato del cosmos nos dice que somos una
especie emergente, una más, aunque la última -por ahora-, con un grado de
desarrollo no alcanzado por ninguna otra especie, pero colocada claramente en
la misma línea biológica evolutiva que han recorrido toda las especies de este
planeta. No somos de otra naturaleza que la natural, estamos tejidos con los
mismos aminoácidos comunes a todos los seres vivos, somos un producto de la
evolución, el resultado de su recorrido. Venimos de dentro, no de fuera de la
Tierra. Venimos de abajo, no de arriba. La supuesta «sobrenaturalidad» del ser
humano ha de ser reconsiderada y revisada, porque su concepción habitual no se
compadece con la ciencia actual.
-
Si bien
actualmente no conocemos otros lugares donde la vida se haya desarrollado, la
ciencia hoy está prácticamente segura de que no somos únicos en el cosmos.
Desde hace apenas veinte años estamos descubriendo multitud de exoplanetas,
planetas de otras estrellas, de otras galaxias, muy semejantes al nuestro,
incontables a lo ancho del cosmos, entre los que estamos seguros de que «tiene
que» haber vida, vida animal, ¿y vida inteligente, y vida espiritual? Dejamos
de creer en la unicidad de la vida humana en este Cosmos, ubicada en esta
Tierra, unicidad que era, y sigue siendo, un presupuesto dado por cierto en
casi todos los relatos religiosos. Hoy la ciencia nos muestra cómo presupuestos
verdaderamente importantes de la religión son, sencillamente erróneos, y
nuestra honestidad y coherencia nos exige no seguir manejando esos supuestos
como si fueran ciertos...
-
Todo parece
indicar que este mundo no está esperando la decisión divina de acabar: el «fin
del mundo» decretado por Dios, con el consiguiente «juicio final»), para que
pasemos a una vida eterna nueva y diferente, en «unos cielos nuevos y una
tierra nueva», mientras este viejo cosmos será olvidado (Apocalipsis 21,1-5).
El nuevo relato cosmológico parece desmentir también en este punto al relato
religioso como un «error sobre el mundo»... Todo parece indicar que el cosmos
no está esperando que un agente divino externo que decida el cuándo y el cómo
del «final del mundo» ni un «juicio final». Parece más bien que nuestra
estrella, el Sol que nos alimenta, está a mitad del curso de su vida; le quedan
unos 5.000 millones de años, y para entonces tal vez nuestra especie ya haya
desaparecido del planeta -como actualmente han desaparecido ya más del 50% de
las que sobre él han vivido. Por lo demás nuestra galaxia va camino de colisión
con la galaxia Andrómeda, y es un detalle (un dato que ignorábamos) nada fácil
de integrar dentro de nuestros relatos religiosos.
-
La nueva
cosmología, la nueva ciencia nos redescubre a nosotros mismos como
pertenecientes al cosmos... Somos cosmos, estamos hechos de «polvo de
estrellas» -tanto o más poético que el «soplo divino» insuflado al muñeco de
barro que se convirtió en Adán. El cosmos es nuestra Patria, nuestro hogar, de
donde vienen nuestras raíces, y a donde volvemos inexorablemente. Somos Tierra,
pero tierra que ha llegado a reflexionar, a pensar, a sentir, a amar, a
venerar... Es la nueva Patria donde ubicar y arraigar nuestra identidad.
Tenemos derecho... y obligación
Todo esto necesita
muchos matices, evidentemente, pero tiene sus aspectos ciertos, y por más
desconcertantes que parezcan, hay que afrontarlos. La prudencia y la pedagogía
en su transmisión no pueden llevarnos a ocultarlos... Tenemos derecho a -y
obligación de- reconciliar el discurso de nuestra religión (su patrimonio
simbólico, sus «relatos», así como nuestra teología y también la
espiritualidad) con el relato del cosmos que la ciencia nos ofrece, para no
vernos obligados a una esquizofrenia entre nuestra religiosidad y nuestra
condición de personas de hoy, en este mundo tan marcado por la ciencia.
¿Podríamos seguir manteniendo categorías y visiones religiosas hoy consideradas
como error o como fantasía por la ciencia? ¿Podemos seguir manteniendo relatos,
mitos -en el sentido positivo del concepto-, símbolos... que aunque sean simplemente
metafóricos, se expresan mediante unos supuestos que la cultura media de
los oyentes considera inmediatamente
como científicamente falsos? ¿Por qué seguir expresándonos mediante mitos y
símbolos de una época precientífica, que nos obligan a sentir un malestar
innecesario, a veces insufrible?
Bienvenida la teología cuántica de O'Murchu
En definitiva, y
concluyendo: el conocimiento humano siempre está creciendo y desarrollándose, y
tiene momentos «revolucionarios» (Kuhn), de ruptura epistemológica, de
reconfiguración de toda su estructura, de superación de viejas visiones. Las
anteriores visiones han de ser abandonadas, porque, a partir de un cierto
momento, no sólo se evidencian erróneas, sino que resultan dañinas. Estamos en
uno de esos momentos históricos. La revolución científica que comenzó en el
siglo XVI ha estallado en una explosión de conocimiento que comporta y exige la
ruptura de los viejos paradigmas, y la creación de un relato enteramente nuevo.
La física cuántica es el símbolo emblemático de la mayor ruptura de que hayamos
sido testigos en esta ampliación del conocimiento.
No se puede creer
igual antes que después de Einstein. No sólo los conceptos de espacio y de
tiempo necesitan ser reformulados, sino que el relato religioso queda desplazado
de su plausibilidad histórica, y no es que necesite un arreglo de acomodación,
sino que necesita ser abandonado y sustituido por otro. Si como nos dice el
nuevo relato científico, Dios no es un agente externo al cosmos, si el cosmos
no está hecho para nosotros, si no somos su centro (antropocentrismo), ni somos
la «especie elegida y dueña» de todo (especismo), si este cosmos no parece
estar hecho para escenario de un drama humano de una «historia (humana) de
salvación», si no parece ser una «prueba» para la humanidad en orden a ser
trasladada a un «cielo nuevo y una tierra nueva»... entonces es necesario
reinventar nuestro relato religioso, ya que el anterior que habíamos creado ha
sobrepasado con creces su vigencia, ha caducado. La física cuántica y la nueva
cosmología están proclamando a gritos la necesidad de ese nuevo relato
religioso, de una nueva teología y por tanto de una nueva espiritualidad.
O tal vez habremos de
entrar en otro tipo de espiritualidad, sin relatos, incluso sin verdades, por
supuesto que sin dogmas, quizá también sin «fe»... otro tipo de espiritualidad.
Encontrarnos con la física cuántica puede implicar un auténtico «revolcón» para
nuestra teología clásica, para nuestra religiosidad, y también para la
espiritualidad. Este libro viene a demostrarlo. Quienes se abran sinceramente a
este nuevo paradigma, necesitarán evolucionar, crecer, crear nuevos lenguajes,
dejando a un lado viejos símbolos, supuestos, creencias y hasta categorías
tradicionales, que ahora nos atrasan y confunden, porque perpetúan un viejo
relato que no sólo ya no nos ayuda, sino que nos hace daño, porque nos hace
persistir en unos viejos «errores sobre el mundo» de los que hoy estamos
liberándonos, y que ahora vemos que implicaban verdaderos «errores sobre Dios».
Damos una cordial
bienvenida a Diarmuid O'Murchu a la colección «Tiempo axial»: Su libro será un
aliciente más para preparar, acoger y secundar este nuevo tiempo axial por el
que estamos transitando.
LOS
12 PRINCIPIOS DE
LA TEOLOGÍA CUÁNTICA,
Diarmuid O’MURCHU.
Principio 1
La vida está sostenida por una
energía creativa, fundamentalmente benigna en su naturaleza, con una tendencia
a manifestarse y expresarse con movimiento, ritmo y con una estructura. La
creación está sostenida por una energía pulsante y sobrehumana, un tipo de
resonancia que vibra a través del tiempo y la eternidad.
Nuevos
elementos:
- Dios y lo divino son descritos como una energía creativa que se percibe incluyendo pero también superando todo lo que la teología tradicional le atribuye a Dios.
- La energía divina no es estable o inmutable, sino que trabaja con el movimiento, el ritmo, la estructura y la agitación: en la naturaleza envolvente de la vida misma.
- La co-creatividad divina trabaja dentro del proceso evolutivo, más que como un agente externo, basado en causa y efecto.
- Nociones como ‘Dios’ y ‘divinidad’ se usan con cierto cuidado porque son construcciones humanas (descripciones) que muchas veces limitan más que enriquecen nuestra comprensión de origen y sentido último de la vida.
Principio 2
El todo que es en su mayor parte no
manifiesto y dinámico (no estable), es la fuente de toda posibilidad. Al tratar
de comprender la vida comenzamos por el todo que es más grande que la suma de
las partes; paradójicamente,
Nuevos
elementos:
- No hay ninguna fuente de conocimiento, teológica u otra, que nos pueda proporcionar una descripción completa de la realidad; esencialmente el misterio de la vida no tiene límites.
- La teología trata de abrir nuevos horizontes de posibilidad y sentido, y no trata de conseguir la verdad a través de dogmas específicos, credos o religiones.
- Desde que el todo se comprende como conocimiento en cada parte, pero no por cada una de ellas, el dilema del panteísmo está resuelto.
Principio 3
La evolución está sostenida por una
profunda estructura de despliegue, caracterizada por tener un diseño y un
propósito, lo que exige una integración incesante de orden y desorden, azar y
creatividad.
Nuevos
elementos:
- La evolución es considerada ser el contexto primario de la creatividad divino-humana del mundo.
- La vida, en su sentido básico, es buena y no es imperfecta (como plantea el mito del pecado original).
- En el devenir divino-humano, la luz y la sombra siempre interactúan; la teología cuántica, mientras que reconoce la paradoja de la polaridad, busca superar todos los dualismos, especialmente el del bien frente al mal.
Principio 4
El horizonte expansivo de
pertenencia divina es el contexto en el que la revelación tiene lugar; todas
las criaturas están invitadas a responder a la tarea co-creativa de ser y
convertirse. Todas las formas de vida tienen roles únicos en este proceso cuyo
enfoque primario es la misma creación más que la religión formal.
Nuevos
elementos:
- El contexto primario de la revelación divina es el proceso del devenir continuo de la creación y no de la religión formal. Ninguna religión, ni siquiera las religiones juntas, pueden contener o agotar la plenitud de la revelación.
- Todas las formas de vida, y no sólo los humanos, tienen un rol co-creativo en el plan divino para el mundo y en las respuestas que producen y evocan.
- La revelación es continua; no se puede encerrar en ninguna religión, credo o sistema cultural.
Principio 5
Ya que la capacidad de relación es
en sí misma energía divina elemental que impregna la creación, nosotros los
humanos necesitamos auténticas experiencias eclesiales y sacramentales para
explorar y articular nuestra vocación innata de ser personas en relación.
Nuevos
elementos:
- La doctrina de la Trinidad es un intento humano de la naturaleza fundamental y relacional de Dios.
- La interacción divina en la creación es la de sujeto a sujeto, más que de sujetos a objetos.
- El deseo humano innato y la capacidad de relaciones es la experiencia es la experiencia en la que nos conectamos más auténticamente con lo divino de nuestra existencia.
- La Iglesia y los sacramentos son momentos claves para explorar y articular nuestra capacidad de relación, como una invitación a la vida y el sentido, y no organizaciones y rituales que demanda observancia legal.
Principio 6
El sentido último está imbuido en el
relato, no en los hechos. Todas las narraciones de las religiones particulares
pertenecen a un relato mayor que incluye y a la vez trasciende las tradiciones
particulares religiosas de cualquier época histórica o cultural.
Nuevos
elementos:
- La Historia Sagrada es nuestro medio principal para acceder a la fuente divina y al sentido último de la vida.
- Los Textos Sagrados (por ejemplo, la Biblia) que buscan salvaguardar la historia, necesitan ser reinterpretados de nuevo en cada era, si van a preservar el desafío siempre nuevo y la inspiración de la historia sagrada.
- La creación en sí misma, y no nosotros los humanos, es la narración principal de la historia sagrada; nosotros los humanos debemos ser los ‘escuchadores’ por excelencia.
- La contemplación y la narración de la historia sagrada requieren símbolos y rituales, si es que vamos a comprometernos en sentido profundamente mítico y su significado arquetípico.
Principio 7
La redención es planetaria (y
cósmica), como también personal. La redención es recuperar la oscuridad, la
nada y el caos de nuestro mundo, y celebrar el potencial negativo para la nueva
vida y la totalidad integral.
Nuevos elementos:
- La redención es un proceso divino-humano de amigarse con aquellos elementos de nuestra experiencia que amenazan nuestra seguridad e integridad, más que un acto de rescate por un agente divino externo.
- La redención es un proceso de recordar, iluminando la paradoja última de la vida, de que el dolor y la extinción son prerrequisitos para la nueva vida y la creatividad.
- La redención no se refiere solo a la salvación personal, también tiene que ver con la sanación y el fortalecimiento de la vida planetaria y universal: no puede haber salvación personal sin esto último.
Principio 8
El pecado estructural y sistemático
abunda en nuestro mundo y frecuentemente provoca que las personas se comporten
inmoralmente. Para la sombra global, necesitamos nuevas directrices morales y
ética para tratar la pecaminosidad estructural y sistemática de nuestro tiempo.
La formulación de estas directrices es tanto una obligación política como
religiosa.
Nuevos
elementos:
- El pecado es una forma de connivencia destructiva entre las personas y los sistemas. En este sentido, los sistemas, más que las personas individuales, son los instigadores de un comportamiento inmoral e irresponsable.
- El mayor pecado de nuestro tiempo es el ‘especismo’, o sea, la suposición humana estructural de que los humanos somos la última forma de vida de este planeta y que estamos llamados a dominar el resto de la creación.
- La moral es un requisito universal a la luz de la cual los dualismos entre la Iglesia y el Estado se transforman en anacrónicos.
Principio 9
Porque somos primariamente
beneficiarios de la luz y no de la oscuridad, y porque nuestro destino final,
tanto acá como en la eternidad, es el de la iluminación, todos necesitamos de
estos momentos sagrados del espacio ritualista-sacramental, que sirven de
encuentros significativos con el misterio sostenedor que nos envuelve.
Nuevos
elementos:
- La vida está inherentemente destinada al triunfo último del bien, y no hacia la catástrofe final predicha por la segunda ley de la termodinámica.
- Los humanos son innatamente espirituales -como también todas las formas de vida- y, si se da una maduración adecuada humana y espiritualmente, los humanos sienten la necesidad de celebrar, en ritual y en sacramento, su relación con el misterio último.
Principio 10
Los conceptos de principio y final,
junto con las nociones teológicas de resurrección y reencarnación, son
invocados como mitos dominantes para ayudarnos a nosotros los humanos a dar
sentido infinito a nuestra vida en un universo infinito.
Nuevos
elementos:
- Vivimos en un mundo sin principio ni final.
- El ‘fin del mundo’ es un principio humano-teológico por el cual nosotros los humanos hemos tratado de poner límites a un universo infinito.
- Hay un solo mundo envuelto en la eternidad; el cielo, infierno y purgatorio son estado de vida en el mismo mundo. Nuestros muertos están alrededor nuestro, viviendo en un plano diferente de existencia.
- La resurrección y la reencarnación no son hechos sino construcciones mentales y espirituales que articulan tanto nuestro miedo paradójico de lo infinito, como también nuestro deseo de eternidad.
Principio 11
La extinción y la transformación,
los equivalentes evolutivos del Calvario y la resurrección son las coordenadas
centrales de la evolución planetaria y cósmica. Su interacción en este momento
histórico -nuestro ‘kairos’ (o
‘tiempo favorable’)- nos indica el lugar más importante para la praxis del
teólogo cuántico.
Nuevos
elementos:
- La teología no pertenece ya al cristianismo ni tampoco a ninguna religión formal; se ha convertido en un agente de la transformación global.
- Somos invitados a hacer teología en el corazón del mundo y no en los confines de la Iglesia o de la religión formal.
- El encuentro teológico adopta su forma más creativa (y la más peligrosa) cuando nos comprometemos con los urgentes temas globales de nuestro tiempo.
- En la praxis global, la teología busca destruir todos los dualismos. Ir más allá de las construcciones humanas y perseguir el sentido último con las habilidades y el discernimiento de una imaginación multidisciplinaria.
- La contemplación es crucial para la teología y su lucha por la justicia es su praxis principal. Todo lo demás es accesorio, útil, pero no esencial.
Principio 12
El amor es una fuerza de vida
interdependiente, un espectro de posibilidad, desde su suprema grandeza divina
hasta su particularidad en la interacción subatómica. Es el origen y la meta de
nuestra búsqueda de sentido.
Nuevos
elementos:
- Dios no es un legislador pasivo, externo y alejado de nosotros, sino una presencia relacional apasionada, embebido en el mismo proceso creativo de la evolución.
- La encarnación apasionado de Dios exige una forma totalmente nueva de relación con los cuerpos, a través de la ternura sexual, de la justicia compasiva y de la amistad altruista.
- La sexualidad y su creatividad erótica, que durante mucho tiempo percibíamos como una fuente mayor de tentación, están emergiendo como una dimensión clave de una auténtica espiritualidad.
- Nuestro mundo será un lugar nuevo cuando elijamos vivir el amor con seriedad.
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